domingo, 14 de abril de 2024

La caída de los muros

Todo comenzó con una grieta, un grito en la noche del olvido. Sólo la inocencia, el arrojo y un deseo sin nombre ni dueño podría llevar a cabo tal hazaña.

Éramos muchos —deseosos, expectantes, como llamas incendiando la espera. En el silencio de la no-existencia se escuchó la señal convenida y con ella dejamos de ser sueño para devenir cuerpos que penetraron aquella grieta que nos había convocado.

El primer sonido fue el llanto, aquí y allá recorriendo la geografía de esta Tierra tan dormida aún. Después, como la onda que toma cuerpo al unirse a otras y se ensancha con creciente ímpetu, llegó el primer impacto. La grieta se resintió, quizá triste, quizá alegre por saber que había llegado aquel trascendental momento. Y aquella masa petrificada por la insistencia de la razón comenzó a desmoronarse.

Nací entre escombros. Fue así como cayó el primer muro de mi existencia, el primero de tantos. Todavía hoy siento aquel resquebrajamiento que me atraviesa, como un sino del que no puedo escapar. El misterio mismo envuelve mis preguntas y me interpela en su habitual forma oracular: ¿puedes aceptar que tú eres la pregunta?

En el corazón mismo de aquella grieta corre un agua cristalina. Al tiempo del desmoronamiento este flujo crece, como una paradoja inexpresable, eternamente viva. Es. Siempre ha sido. Es ella la que me ha llevado mas allá de los límites de la imaginación, guía de mis pasos. La voz que nace del corazón de la noche y arrasa con todo muro. Insurrecta, soberana. Es pregunta, es anhelo que trasciende toda historia particular. Una música suave, repetitiva que me pide atención, escucha. Y cuando pasa por aquel lugar entonces es capaz de transformar el dolor en dulzura (1), suavizando todo atisbo de dureza.

Sapho de Lesbos, Charles Menguin, 1877.

Es éste el canto que traigo. Es éste el canto que soy.

El instrumento se va afinando. Ahora entiendo por qué ha sido necesario tanto deshacerse. Eran las capas inservibles, las voces extrañas, las notas falsas, muros que había que horadar para que el canto emergiera silbando entre los recovecos de este cuerpo-instrumento para emitir, a su paso, un particular acento (2) que nada tiene que ver con el espacio geográfico donde se ubican sus cuerpos sino con esa voz que hay que rescatar de nuestra más profunda noche para devolvernos a la vida.


Epílogo

Tras escribir esta entrada me fijé en la semejanza de la palabra llanto y canto, respectivamente el primer sonido y el que finalmente emerge gracias a aquel. Nunca deja de sorprenderme la magia de las palabras, como si fueran ellas las que decidieran colocarse aquí y allí produciendo resonancias que ni siquiera su autor se imagina.

Notas

(1) En francés, estas dos palabras se diferencian tan sólo en una letra, como una puerta abatible por la que, a través del lenguaje, uno pudiera pasar de uno a otro estado: douleur, douceur.

(2) Acento que, en su raíz griega, no es más que el habla llevada al canto.

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miércoles, 13 de septiembre de 2023

La semilla de la existencia

¿De dónde has sacado tu cabello oscuro,

el dulce nombre con sonido de almendra?

No porque seas joven brillas tanto

amanecer es tu país, hace mil años ya.

Fragmento de Miriam, Ingeborg Bachman


Señor, ya es tiempo. Grande ha sido el verano.
Tiende tu sombra sobre los relojes
de sol, y desata los vientos por el campo.

Fragmento de Día de otoño, Rainer María Rilke


Los tiempos de la siembra de este terreno… Cuídate de no apresurar la cosecha, amor mío.

Algún día estarás muy lejos de aquí.

Hace un año aproximadamente escribía estas líneas. Desde entonces he cosechado muchos textos-cuerpos y he destruido otros tantos, en un ir y venir de nombres, de dudas, en un decir y desdecirme con el fin de expresar lo que en mí se quiere verdaderamente; y decirlo bajo el signo (1) de mi nombre. Precisamente hoy en el día de mi onomástica deseo retomar la cuestión del nombre propio, de mi nombre en cuestión —¿o es él quien me cuestiona? —


Katrin de Blawer


Antes de nacer fuimos deseo, un deseo que se nombró en voz alta. Luego vino el nombre, un determinado nombre —no se sabe bien por qué ese— y se pronunció en voz alta. Desde entonces aquel deseo empezó a tomar forma, consistencia. Nunca ha dejado de hacerlo. No necesariamente sucedió en ese orden; quizá estuviera ahí antes que todo, el nombre, sólo que nuestro relato se narra bajo unas coordenadas espaciotemporales para hacerse inteligible al oído humano. 


He ahí la primera semilla de la existencia, inseparablemente unido a los cuerpos que creará, que ya ha creado, gracias a la voz. La voz que nos nombró. Y la propia voz. Soy este nombre que alberga una voz, mi propia voz, la que nace de mi cuerpo y más allá del cuerpo; la eternidad que me atraviesa, más allá de mi vida. Mi voz.


Siento cómo desborda mi ser por las paredes de mi cuerpo, cómo vibra cada uno de mis átomos al pronunciar este nombre con el que una vez me elegí: Míriam.

Sí… Ahora lo recuerdo. Y mientras escribo actualizo aquella elección entre mi nombre, mi ser y mi voz, entre mí y todos los elementos que me rodean y son parte de mi existencia.


Como los últimos retoques antes de recolectar la cosecha, el nombre hace vibrar los cimientos de mi ser y me dice: Talitha kum (2), ¡levántate!


Ya es hora de salir de la sombra. Semilla tú, creadora de vida.


Katrin de Blawer


Con lágrimas en los ojos, a punto de atravesar el velo que me separa del mundo, aguanto la respiración, suspendida en una espera que parece durar una eternidad.

Instantes después se reanudará el movimiento, seré envuelta por la sinfonía del universo, pero mientras, permanezco en este umbral de incertidumbre y expectación, de posibilidad.


Una esperanza ciega se cuela por una finísima grieta, la misma que traté de cerrar para que no asomara esta vulnerabilidad de la desnudez del ser que me aterraba reconocer, ahí donde reside toda la potencia de la vida. Y es a través de ella desde donde atisbo el comienzo de otras historias que yo misma he soñado, los regalos que mi existencia tenía para mí, ahora lo sé.



Algo se va a abrir —está a punto de hacerlo.

Es el salto. El salto que se requería desde hacía tanto que ya no lo recordábamos. Un gran salto que ha estado precedido por muchos pequeños y no menos importantes y han ido preparando el terreno al ritmo que me pedía la tierra ayudándola a abrirse cada vez más.


El velo se termina de rasgar.

Se escucha un grito.

Es el grito de la escritura: é-crier, como me gusta llamarlo (3).


He dado a luz.

Me he dado a luz.

Soy el río que corre dentro de mí y me desborda y el cauce que lo guía; soy el fuego y las cenizas que incendió a su paso. Sobre esta cima de mi nuevo nacimiento observo todo lo que está por venir y que inscribiré en mi cuerpo con mi deseo hecho palabra.


Soy yo, soy Míriam.

Aquí está mi voz.

Que sea la voz.



Epílogo


Termino de escribir estas líneas al despuntar el alba. Como el dios Khepri, que eleva el sol cada mañana para traer un nuevo día, me digo que también se sostiene el mundo con este gesto de dar cierre a un texto y contener toda esta energía; un gesto que podría parecer tan pequeño, como el de aquel escarabajo que arrastra su bolita por el desierto, pero sin el cual no habría vida.


Cada mañana, a través del acto de la escritura, un nuevo día asciende por nuestras cabezas inventando todas las cosas que toca con sus dedos infinitos. Y como aquél, en el ascenso mismo del sol que porta, uno se reconoce luz; ya era luz, potencia de vida, una luz que emerge a través de una voz y un nombre propios.




Notas

(1) Signer en francés significa firmar y a la vez es signo, algo que no tiene una significación per se.

(2) En arameo: A ti te digo: ¡levántate!

(3) Mezcla de creer, gritar, crear… escribir; palabras todas que en francés (écrire -escribir-, crier -gritar, créer -crear-) emergen de una misma raíz léxica o sonora y engendran en su conjunto esto que llamamos texto.

jueves, 8 de junio de 2023

Fuera de los márgenes: una lengua en construcción

Sé razón infinita de tu vibración íntima,

cúmplela del todo esta única vez,

y no olvides que también la nada existe.

R.M.Rilke, Sonetos a Orfeo, 1923.


Escribir como destrucción de lo que se ha escrito, para que surja aquello que se quiere decir.

Este texto nace de la destrucción de otro texto. Sin embargo se destruye algo más que eso. El cuerpo está implicado aquí —y también su destrucción. Destrucción no obstante constructiva, como la de un fuego que arrasa dejando unas pequeñas esquirlas como simientes con la que se construirá otro texto —¿y no es eso vivir?—.

Ahí hay algo valioso.

Lo que sobrevivió al fuego.

Lo que ni la muerte podrá matar.


Llega un momento en la vida de un escritor en el que ya no puede seguir siendo portavoz de otros. Hay algo que quiere salir de uno, algo que va más allá de las propias fuerzas, como un río que crece, le inunda y... No. Ya no le sirven más aquellas voces que, como guías, le permitían escribir dentro de los márgenes de un supuesto nosotros. Esa escritura correcta e inofensiva, que se mueve en círculos a intramuros de la ciudadela de la academia, si no se alza en leve vuelo a ras de lo ya-dicho. No, eso se lo dejo a los académicos. A cada uno, lo suyo.




Es este un momento crítico, el del exilio de la tierra firme de nuestras certidumbres —pero, ¿las de quién, realmente?


Esta transgresión de los márgenes hacia la primera persona del singular, este escribir en nombre propio con todas sus consecuencias quizás forme parte de lo que supone devenir autor: ser recipiente y voz de un río que pasa por su cuerpo, el saber que nace de ese encuentro. El nombre propio… Pero, ¿qué dice el nombre? Acaso, una vibración que fulgura en la noche, la intensidad de una mirada que se pierde en la bruma del horizonte, un roce en el aire que le incita a bailar… Nada más.



Lo que me ha (a)traído de nuevo hasta aquí es un tema que lleva un tiempo fraguándose en mí a raíz de las reflexiones en torno a la poesía y el lenguaje; el de la necesidad de construir una lengua propia. Y precisamente esta necesidad y esta falta (1) se hicieron patentes en el transcurso de su escritura. Aquel primer texto —lo puedo ver ahora sumergido bajo la superficie de éste junto a otros tantos— que marcó un punto de inflexión entre-dos escrituras, me interpelaba con una pregunta: ¿en qué lengua escribes?, decía —esto es, ¿a quién sirves?—. Lo que bastó para trastocar el lenguaje haciendo que me replanteara la cuestión de sus raíces y, por ende, las de su autora. 


El texto rebasa los límites de la escritura y deviene cuerpo.

No, Spinoza, nadie sabe lo que puede un texto; ni qué muros abrirá, ni qué pueblos creará... Mejor así.




La lengua común es la establecida al servicio de un supuesto sentido y corre a ciegas en pos de la verdad; el lenguaje de las identidades y las certezas que toma las palabras en su literalidad y las condena a un uso concreto, siendo susceptible de todo tipo de manipulaciones (2). Pero, ¿dónde queda el sujeto? Sujeto, eso sí, a la normatividad impuesta a través del lenguaje (3).


La verdad no ¡el aire!

Para abrir

g

u

j

e

r

o

s

por los que introducir

la cabeza y mirar


hacia otro lado. (4)


Pero esta lengua está lejos de uno. Es de todos y de nadie.

Habla de no desde.

Para hablar desde uno sería preciso que la lengua atravesara el propio cuerpo, haciéndose con las fisuras que le son propias, sus huecos, sus sinuosidades y lo traduzca (5) a una nueva lengua, más parecida al balbuceo del poeta y del místico que no alcanza a decir, que duda, que tiembla y se exalta, en este extrañamiento de sí y del mundo que le rodea.



Si viniera,
si viniera un hombre,
si viniera un hombre al mundo, hoy, con
la barba de luz de
los patriarcas: debería
si hablara de este
tiempo,
debería
tan sólo balbucir y balbucir,
continua-, continua-,
mentemente.


(Pallaksch, pallaksch) (6)


Una lengua propia que acoja al extranjero que es uno para sí mismo; una lengua de la hospitalidad en la que se devenga anfitrión y huésped al mismo tiempo; una lengua que no pase por encima de uno sino que trace puentes entre sus partes falladas y desde ahí invente maneras de desplegarse —tanto como sea capaz de imaginar—, en ese decir(se) que le es propio, hacia su Deseo.


Aquí propongo una lengua en la que poder reconocerse y, a través de la cual podamos acoger a otros; una pequeña rebelión del lenguaje contra todas las tiranías.




Epílogo 


Creo que, bajo este texto, no hay uno sino muchos textos-cuerpos que le han precedido, hasta llegar, quizás, al primero, a la primera enunciación de mi existencia. Entonces escribir sería reescribir y, vivir, como consecuencia, una reformulación de lo ya-vivido para abrir nuevos caminos y crear otras formas más propias de con-vivencia.






Notas


(1) Il faut, en francés, significa hay que, pero también faltar. Aunque, la falta se dice en su lengua original, le manque.

(2) Nietzsche aborda de forma genial esta cuestión del lenguaje y su (in)adecuación a la realidad en Sobre verdad y mentira en sentido extramoral.

(3) Cuestión planteada por Foucault y desarrollada por Judith Butler en su magnífico trabajo Mecanismos psíquicos del poder.

(4) Poema de la grandísima poeta belga-española Chantal Maillard, de su libro La herida en la lengua.

(5) Ninguna lengua es lengua materna. Crear versos significa traducir. Esta reflexión tan genial como ella de la poeta Marina Tsvietaieva en una carta a Rilke de 1926 me hizo plantearme más a fondo la cuestión de la lengua. Pertenece al libro Cartas del verano de 1926.

(6) No podía faltar aquí esta conjunción entre la palabra con que Hölderlin al final de su vida decía tanto sí como no y el autor que más fecundamente ha ahondado en esta cuestión de la imposibilidad del decir a través de su poesía como es Paul Celan. Es parte del poema Tubinga, enero (1961), donde he combinado dos traducciones, ya que ninguna se ajustaba.


Todas las fotos son de autoría propia, realizadas en Normandía en septiembre del 2022.



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domingo, 4 de diciembre de 2022

La pasión poética II: la imposible unión

La noche se cierne ya sobre la habitación. Sobre el escritorio, bajo la luz dorada de una lámpara, hay un cuaderno lleno de anotaciones bajo un mismo título. Junto a él, un borrador está a punto de ser desechado. Ya no hay rastro del conejo blanco. La mano se apoya sobre el cuaderno cerrado que encabeza ahora una pila de libros que hago callar. Se apaga la luz y al poco comienza a sonar una música muy suave en la habitación contigua. El cuerpo se balancea al son de su ritmo y va liberando con el movimiento su desasosiego. Entonces lo recuerdo. Es un poema de Alejandra Pizarnik que viene a iluminar mi noche en blanco:

“Buscar.

No es un verbo sino un vértigo. No indica acción. No quiere decir ir al encuentro de alguien sino yacer porque alguien no viene.”


Abro una nueva página y me dispongo a (re)escribir.



La atracción del vacío

Si hay algún tema -sujet en francés- más difícil de sujetar, más ajeno a la voluntad apropiadora y más inabarcable, ese es el de la poesía. Como una Eurídice hacia quien el poeta se vuelve a pesar de la prohibición de no volver la mirada atrás, ésta se desvanece cada vez que uno cree haberla visto, siendo su rostro del todo desconocido. El poeta, como otro Orfeo, canta entonces -necesita cantar para ser- y con su canto devuelve a Eurídice a su silencio, más hondo ahora, si cabe (1).

Callejón del álamo al atardecer, Vicent Van Gogh, 1884.

Es el vacío el germen de la atracción -la luna que, atraída por la Tierra, provoca las mareas; la distancia entre el escritor y su obra siempre inacabada, que le hace retomarla una y otra vez; el corazón que palpita ante la presencia de esa y no de otra persona; o el silencio entre dos palabras que yacen inertes por la separación- y es el vacío que habita en uno mismo y le abre en dos el verdadero motor de la poesía.


Una pequeña fisura o desgarradura (2) se manifiesta en el poeta, desarmado ante sí en el acto de la escritura; aquella que la actividad incesante y el ruido en vano tratan de acallar, reaparece con más fuerza en la quietud de la noche. La página en blanco se erige entonces como el símbolo de su pasión, palabra poliédrica con la que he titulado esta serie, ya que ilustra la paradójica condición de la poesía y de los que se ven irresistiblemente atraídos por ella.

Fotograma del filme La infancia de Ivan, (1962) de Andrei Tarkovski. Imagen muy evocadora en la que, asomados a un pozo, parece que están mirando al interior de un ser humano.


Pasión poética

Del latín passio (sufrimiento) y del griego pathos (dolor), con el término de pasión poética se haría referencia tanto a la pasividad (3) de la experiencia, a la paciencia de la espera de la palabra poética, como al sufrimiento derivado de una atracción no elegida (4) e imposible de alcanzar, además de la intensidad del goce poético.


Como un amante en espera de su amor, o un místico, de la revelación de su dios, el poeta espera en la noche en una tensión indefinida de lo-que-está-por-venir. Recogido en sí mismo en un silencio en el que el mundo entero retrocede quedando solo en su soledad esencial -como lo denomina Maurice Blanchot-, corre siempre el riesgo de abismarse (5). Este movimiento, esbozado en el post anterior, podría denominarse como el de la pasividad activa.


Es el deseo de fusión lo que le mantiene en vilo, fusión con el objeto de su deseo que no es otro que la nada (6). Ésta se manifiesta aquí como pura potencia, posibilidad de devenir y de establecer nuevas conexiones entre las partes disgregadas de su ser fallado (7). De tal forma que, mediante la apertura del ser a su propio vacío, se da lugar al no-lugar, dejando espacio a lo que todavía no es. Por las fisuras, de pronto, se cuela el aire, la dulzura que nunca llegó y que tal vez ya no se esperaba y que podría alcanzar los resquicios más inhóspitos del ser (8). Y qué transformaciones no producirá esta llegada.


Orpheu’s sorrow, Pascal Dagnan-Douvret, 1876.


El salto

En un momento dado, y sin nada que pueda preverlo -ni para adelantarlo ni para defenderse de él- el “vacío (…) da un vuelco y se convierte en plenitud” (9). El poema adviene como un destello en el que las cosas se revelan como nunca vistas. En él la intimidad se revela extraña a uno mismo y a los demás, adentro que se vierte expulsándole al afuera mismo, donde queda suspendido en el lugar del no-lugar. La finitud se revierte en estallido: es el salto mortal (10), el éxtasis que da la sensación de plenitud (11).


    Visto bastante. La visión se ha encontrado en todos los aires.
    Tenido bastante. Rumores de las ciudades, por la noche y al sol, siempre.
    Conocido bastante. Los altos de la vida. -¡Oh, rumores y visiones!
    ¡Partida hacia el afecto y el ruido nuevos!
” (12)


El murmullo

Una voz otra surge del poema. No es el atropellamiento incesante de palabras del habla ordinaria. A diferencia de ésta, las palabras no comunican: son. Por eso cada palabra dice lo que dice y además más y otra cosa”, dice Alejandra en un poema. Mediante él nos adentramos en una intimidad muy similar al diálogo entre los amantes, con susurros entrecortados y todo lo que la corporalidad de una voz entregada puede llegar a expresar entre silencios, miradas y dudas a su amor. 


“¿Escribir versos, no era acaso un acto secreto, una voz tratando de contestar a otra voz? (...) ¿Qué cosa más secreta, pensó, más lenta y más parecida a un diálogo de amantes, que la balbuceada respuesta que ella había dado todos esos años al antiguo canturreo de los bosques (…)?”, escribe maravillosamente Virginia Woolf en el final de Orlando (13).


El momento de la revelación viene como una deflagración de las cosas en las que son al tiempo que desaparecen. Es la unión en la separación propia de los místicos y de los amantes (14). Poema y poeta se funden y se desvanecen en el fuego del acto poético.

Tan sólo unas pocas palabras quedarán como prueba de su pasión. Quien se acerque a leerlas quizás llegue a vibrar en el temblor de una intimidad en llamas siempre dispuesta a volver a arder.


Foto de autoría propia.


Notas

(1) En el mito de Orfeo y Eurídice, éste, que amansaba a las fieras con su lira, desciende al Hades para rescatar a Eurídice -con quien se acababa de desposar y murió después por la mordida de una serpiente- bajo la condición de no darse la vuelta hasta no haber salido a la luz, pero él, poco antes de llegar, se da la vuelta devolviéndola al Hades.

(2) “Escribir un poema es reparar la herida fundamental, la desgarradura.” Alejandra Pizarnik.

(3) “la inmovilidad inerte de ciertos estados (…), el penar de la pasión, la obediencia servil, la receptividad nocturna que la espera mística supone”  En este libro Blanchot trata extensamente el tema de la pasividad de la escritura, BLANCHOT, Maurice, La escritura del desastre, ed. Trotta,  p. 38.

(4) “(...) la pasión escapa a la posibilidad, al escapar, en el caso de los que están atrapados en ella, a sus propios poderes, a su decisión e incluso a su «deseo», siendo ella en eso la extrañeza misma, al no considerar ni lo que pueden ni lo que quieren.” BLANCHOT, Maurice, La comunidad inconfesable, Madrid, 2016, p. 74.

(6) “Quien por un momento soporta el vacío, o bien obtiene el pan sobrenatural o bien cae.” WEIL, Simone, La gravedad y la gracia, Editorial Trotta. Madrid, 2007, p. 60.

(6) “La atención se halla ligada al deseo.” WEIL, Simone, op.cit., p. 154. “Es mediante la Nada, la mística de la alteridad y el despojamiento de todo en la tiniebla más luminosa de silencio como se alcanza el amor, punto fusional y quimérico del goce divino.” (BUCI-GLUCKSMANN, Christine: La raison baroque, p.167 cit. en GAMONEDA LANZA, Amelia, Marguerite Duras: La textura del deseo,  Ediciones Universidad de Salamanca, 1995, p. 45).

(7) Usaré indistintamente nada o vacío.

(8) Esto constituye un acto de amabilidad consigo como otro que dará pie a la práctica de la hospitalidad con lo otro.

(9) BLANCHOT, Maurice, Le livre à venir, Gallimard, Paris, 1959, p. 175.

(10) “Las semejanzas entre el amor y la experiencia de lo sagrado son algo más que coincidencias. Se trata de actos que brotan de la misma fuente. En distintos niveles de la existencia se da el salto y se pretende llegar a la otra orilla.” PAZ, Octavio, AZ, Octavio, El arco y la lira, Fondo de cultura económica. México, 1979p. 135.

(11) Bataille lo explica así: “Tanto en el erotismo de los corazones como en el erotismo sagrado (...) la perturbación erótica inmediata nos da un sentido que la supera todo; es un sentimiento tal que las sombrías perspectivas vinculadas a la situación del ser discontinuo caen en el olvido.”  BATAILLE, George, El erotismo, Barcelona, Tusquets, 1979, p. 17.

(12) Poema Partida de A. Rimbaud (1854-1891) de Illuminations, 1874 Assez vu. La vision s'est rencontrée à tous les airs./ Assez eu. Rumeurs des villes, le soir, et au soleil, et toujours./Assez connu. Les arrêts de la vie.

-Ô Rumeurs et Visions! Départ dans l'affection et le bruit neufs!

(12) WOOLF, Virginia, Orlando, Edhasa, Barcelona, 1986, p. 238.

(13) “El místico es errante porque es un ser del entre-dos, está en la separación y en la reunión, a la vez y al mismo tiempo. (...) El momento de esta coincidencia imposible es el éxtasis.” GAMONEDA LANZA, Amelia, op. cit., pág. 47. Como el amor verdadero para Blanchot, consistiría “en realizarse únicamente en el modo de la pérdida, es decir, realizarse perdiendo (...) lo que no se ha tenido jamás” BLANCHOT, Maurice, op. cit., p. 73.


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