martes, 23 de septiembre de 2014

A través del alma judía: Irène Némirovsky y Víktor Frankl.


Hace unas semanas, intercalaba la lectura de las obras de dos judíos fascinantes: Los perros y los lobos, de la escritora Irène Némirovski y El hombre en busca de sentido, del psiquiatra Viktor E. Frankl. ¿Mera coincidencia? Tal vez. Pero lo que sé es que han sido un complemento muy interesante. Cada libro arrojaba luz sobre el otro, penetrando más profundamente en el alma de ambos escritores: uno, por la vía de la literatura, impregnada de las vivencias de la propia escritora; otro, por la vía de las lecciones humanas, que tras la dura experiencia de un campo de concentración, realiza el psiquiatra. Mientras en Los perros y los lobos me cautivó su bellísima pluma junto con la cruda y humana historia, en el otro, encontré respuestas a muchas preguntas antropológicas, como el modo de afrontar el sufrimiento. 

"El hombre, para colmar sus ansias de plenitud espiritual, necesita no sólo del arte, que nutre su mente de belleza formal- a veces, pura forma sin contenido-, sino también de contenido espiritual- acorde a su naturaleza- que dé sentido a su existencia." Esta frase, que escribí hace unas semanas, da razón de este post: la necesidad de llenar la vida de sentido. Y no sería sincera conmigo misma si sólo me dedicara a hablar de arte y literatura y no de estas cuestiones centrales. Si negáramos esta parte del hombre, caeríamos en la superficialidad y en el vacío existencial. 

Así es que me propuse aprender de la valiosa experiencia de Viktor Frankl, un hombre que estuvo -¡3 años!- en los campos de exterminio nazi, a los que sobrevivió gracias a su forma de afrontar la vida. Un hombre que habiendo experimentado el haber sido despojado absolutamente de todo lo que le importaba- su mujer, sus padres, su obra- y haber sido reducido a un cuerpo sin identidad, no sólo sobrevivió sino que no perdió la fe en el hombre y ha ayudado a infinidad de personas en su consulta, con sus libros y con su ejemplo. Eso sí que es un héroe. 

Víktor Frankl explicando la logoterapia.

En el campo de concentración fue donde perfiló su teoría de la logoterapia -o también llamada la 3ª escuela vienesa de psicoterapia- cuyo fin gira entorno al sentido de la vida. "De acuerdo con la logoterapia, la 1ª fuerza motivante del hombre es la lucha por encontrar un sentido a la propia vida. Por eso hablo yo de VOLUNTAD DE SENTIDO, en contraste con el principio de placer (o VOLUNTAD DE PLACER) en que se centra el psicoanálisis freudiano, y en contraste con la VOLUNTAD DE PODER que enfatiza la psicología de Adler." (1) 

He sacado 3 ideas de su teoría que aquí resumo: 
1. La "intención paradójica" es una técnica usada en la logoterapia basada en esta curiosa dualidad del hombre: por un lado, el miedo atrae lo que se teme (llamado "ansiedad anticipatoria", término muy gráfico) y por otro, -su opuesto- la "hiperintención"- o desear mucho algo-, estorba lo que se desea. La técnica consiste en aplicar los contrarios: ridiculizar las neurosis con la "derreflexión" -es decir, dejando de pensar en ellos- frente a la hiperreflexión.
2. Otra genialidad acuñada es la "noodinámica": creencia en que el hombre necesita para su "salud mental" cierta tensión espiritual. En ella hay 2 polos opuestos: uno, representado por lo que el hombre es (en acto) y el otro, lo que quiere o debe llegar a ser (y es en potencia).
3. Por último, la libertad de elección del hombre. Traigo una explicación profundamente conmovedora del autor: 
   
   "El ser humano no es una cosa más entre las cosas; las cosas se determinan unas a otras; pero el hombre, en última instancia, es su propio determinante. Lo que llegue a ser -dentro de los límites de sus facultades y su entorno- lo tiene que hacer por sí mismo. En los campos de concentración, por ejemplo, en aquel laboratorio vivo, en aquel banco de pruebas, observábamos y éramos testigos de que algunos de nuestros camaradas actuaban como cerdos mientras que otros se comportaban como santos. El hombre tiene dentro de sí ambas potencias; de sus decisiones y no de sus condiciones depende cuál de ellas se manifieste. 
Nuestra generación es realista, pues hemos llegado a saber lo que realmente es el hombre. Después de todo, el hombre es ese ser que ha inventado las cámaras de gas de Auschwitz, pero también es el ser que ha entrado en esas cámaras con la cabeza erguida y el Padrenuestro o el Shema Yisrael en sus labios." (2)
  
En cuanto a Los lobos y los perros, desde las primeras páginas percibí su altísima calidad literaria. Investigando un poco más sobre la vida de su autora, se reconocen muchos aspectos autobiográficos concentrados en la pequeña Ada Sinner, la protagonista. Es una niña muy inteligente y observadora que sufre la soledad en su familia, pues su padre está siempre de negocios y no tiene madre; en la vida real así fue y aunque tenía madre, la trataba como si no fuera su hija y ella la odió siempre. Ada se refugiaba en la pintura; Irène, en la escritura. Es una historia dramática y muy tierna y humana a la vez. Conmueve porque trasluce parte de sus experiencias y la realidad que debían de vivir los judíos, fueran ricos o pobres. 

La vida de Irène era la de una burguesa acomodada, estabilizada desde que se trasladó a París con su familia en 1919. Allí se casó y tuvo dos hijas. En los últimos años de su vida escribió Suite francesa, su obra más célebre. Solamente la historia de su escritura y publicación da para mucho. Irène sabía que su vida iba a acabar de manera trágica por las medidas que se estaban tomando contra los judíos y se dedicó a escribir mucho cada día, en letra minúscula por la escasez de papel. Dejó un baúl a sus hijas con sus obras no publicadas, entre ellas ésta, que no llegó a terminar. Ellas se salvaron de milagro gracias a la audacia de su tutora y muchas peripecias. Años más tarde esos escritos salieron a la luz. Irènee Nemirovski fue una escritora muy valiente y audaz que se sirvió de su pluma para denunciar lo que no le parecía correcto, con crudeza y con arte, dejándonos un legado literario y humano valiosísimo. 


Como broche final, la coincidencia entre estas dos grandes personas no acaba en los libros que fueron protagonistas de mis lecturas por unos días, ni en que fueran ambos judíos. Hay algunas más, como que son prácticamente coetáneos: Irène nace en febrero de 1903 en Kiev; Víktor, en marzo de 1905 en Viena. Ambos pasan por Auschwitz: Iréne, el 17 de julio de 1942, donde desgraciadamente, muere un mes más tarde de tifus; V. Frankl fue recluido en otoño del mismo año, en Theresienstadt y estuvo en Auschwitz dos años más tarde que ella, 1944 (2). En junio de 1941 escribía desilusionada: <<¿Qué me está haciendo este país, Dios mío? Sí, a todos vosotros que me despreciáis, franceses ricos, franceses felices: lo que yo quería era vuestra cultura, vuestra moral, vuestras virtudes, cuanto es más noble que yo, diferente de mí, diferente del lodo en que nací.>> Sobrecoge sólo pensarlo. 


Notas
(1) FRANKL, Víktor E., El hombre en busca de sentido, Herder, Barcelona, 2003, pág. 139.
(2) Íbidem, pág. 184.
(3) Posteriormente, estuvo en otros 2 campos de concentración hasta su liberación el 17 de abril de 1945.
Fuentes 
- Prólogo de NEMIROVSKI, Iréne, Suite francesa, Ediciones Salamandra, 2005. (Tengo un documento con este  prólogo y el de todas las novelas de la escritora, interesantísimos. Me lo piden y se los mando).
- VARGAS LLOSA, Mario, Bajo el oprobio. El País, Madrid, 22 de agosto de 2011, opinión pág. 21.

lunes, 8 de septiembre de 2014

Mahler: de lo grotesco a lo sublime.

Uno de los compositores por los que más veneración siento es Gustav Mahler (Kaliste, Bohemia, 7 de julio de 1860- Viena, 18 de mayo de 1911). La primera vez que escuché una obra suya fue con la que era mi "mecenas" cuando estudiaba en el conservatorio de Valladolid y gran amiga. Fue en el salón de su casa, de esas antiguas de techos altos, suelo de parqué, repleta de cuadros. Bajo la espesa bruma de su enésimo cigarrillo escuchábamos música clásica a un volumen estremecedor mientras filosofábamos. Era lo más parecido a las tertulias artísticas que tanto me gustan, como las del Café Guerbois. En ese adorable ambiente, escuché la 4ª Sinfonía, cuya profundidad me sobrecogió desde la primera audición. 

Hay algo muy potente en la música de este compositor judío y es que no es sólo lo puramente formal- su estilo, sus ricas y variadas (¡y extensísimas!) melodías- lo que la hacen grande, sino lo que en ella transmite. Y es que ha conseguido la mayor meta de todo artista: la expresión sí mismo. Su música habla de verdades universales contadas desde la propia experiencia vital, ajada por el dolor: desde la pérdida de varios hermanos en su tierna infancia al engaño sufrido por su amada mujer y musa Alma Mahler, en sus últimos años de vida (1). De ahí que el dramatismo esté tan presente en su obra. A veces, de forma grotesca y macabra- como en la 1ª sinfonía-; progresivamente, la aceptación que deviene en sublimación. El resultado es una serenidad pasmosa- III mov. de la 4ª-, fruto de su madurez como persona y de su profunda espiritualidad. Este mismo dolor es el que fraguó en él una sabiduría y grandeza que le convirtieron en uno de los mejores compositores, como ocurre -de otra forma- con Beethoven, Schubert y otros. 

Pero lejos de ser una música oscura, en contrapartida, alcanza altas cotas de dulzura y alegría con tiernísimas melodías, incluso pueriles, que nos transportan a las praderas austriacas, a canciones populares infantiles- IV mov. de la 4ª sinfonía- y dejan traslucir su profunda fe y la esperanza en esa otra vida posible donde colmar sus ansias. Pero esta dualidad dolor-alegría, convive no de forma estática y separada, sino como en los vaivenes de la vida misma: la alegría que se ve repentinamente ensombrecida o el dolor, que de la misma manera es aliviado. Y así, entreteje un mundo vivo con la urdimbre de sus armonías.

Fragmento del 1 mov. de la 4º sinfonía de Mahler dirigido por Bernstein, director que ha contribuido a la difusión de la obra de Mahler.

Uno de los fascinantes logros de la música consiste en transmitir con gran fuerza sentimientos e incluso historias mediante la combinación de elementos tan abstractos como son las notas, ritmos y texturas. Y cuando consigue someternos es algo realmente asombroso y mágico, pues en ella "nunca se mata a nadie realmente ni nadie es injustamente torturado" (2). Y eso ocurre con la música de Mahler.

Sin embargo, sus obras no fueron comprendidas por no seguir los convencionalismos de lo que la crítica y el público decretaban como "bueno" o "moderno", siendo fiel a su sí mismo. Fue aclamado, no obstante, como director de orquesta, pues sus torpes oídos podían al menos aceptar las composiciones ya asimiladas de los grandes. Pero había una pequeña minoría que le apoyaba con entusiasmo: la llamada Segunda Escuela de Viena, de entre quienes un defensor acérrimo fue el compositor Arnold Schömberg, creador del dodecafonismo. Tiene un libro muy interesante llamado El estilo y la idea en el que recoge varios artículos con sus pensamientos sobre música y algunos compositores y dedica uno a Mahler. Constituye un testimonio de primera mano interesantísimo, en el que analiza su música, su genialidad, contraataca las críticas que se le hicieron y revela aspectos de esa personalidad con aura de santo a la que trató. Para terminar, traigo a colación una idea que me encantó. Para él, como para muchos de nosotros, Mahler es un genio (3) y lo diferencia del talento así:

"El genio posee ya desde un principio todas sus facultades futuras. No hace más que desarrollarlas, desenvolverlas, desplegarlas. Mientras el talento, que tiene que dominar un material limitado (digamos, el que ya existe), alcanza muy pronto la cúspide y entonces generalmente se apaga, el desarrollo del genio, que busca nuevos derroteros en lo ilimitado, se extiende a través de toda una vida. Y por tanto sucede que, en su desarrollo, ningún instante es igual a otro." Establece una genial comparación entre esa evolución del genio y los retratos de Mahler a los 18, 25 y 50 (cuando muere) alcanzando una gran madurez al final. Su música, fiel reflejo de su personalidad, evoluciona igualmente en sentido ascendente: alcanzando una madurez estilística máxime en las últimas sinfonías (la 9ª fue su última completa).


De izquierda a derecha: 1880 (20 años), ca. 1890 (sobre los 30), 1907 en Viena (47 años). 
"Aquellos que escribieron una 9ª se situaron sumamente cerca de la posteridad. Quizá los enigmas de este mundo serían resueltos si alguien que los conociese llegara a escribir una 10ª Sinfonía. Y eso no es probable. (...) A Mahler le fue permitido revelar mucho de ese futuro; cuando quiso decir más, se nos privó de él. Porque aún no se ha producido una calma completa; va a haber todavía más batalla y más estruendo."

(1) Entre otras experiencias que reservo para otra ocasión.
(2) SCHÖMBERG, Arnold, Gustav Mahler en El estilo y la idea. Taurus, Madrid, 1963, pág. 34. Aunque he usado esta edición a falta de otras, es mucho mejor la de Idea Books del 2004.

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