miércoles, 4 de mayo de 2016

She-The-Squirrel


Apareció un día por entre las ramas. Primero un chasquido, después una sacudida en los árboles. Una estela de movimientos cortos y nerviosos iba pasando de rama en rama. Entonces asomó su pequeño hocico, pero no le interesó lo que veía. Ella quería otra cosa, pero, ¿qué sería? Andaba atareada sin que los gritos de los pequeños al divisarla a lo lejos le perturbaran lo más mínimo.

Concierto para guitarra RV93, III mov. Allegro scherzando, Antonio Vivaldi
Al fin, algo condescendiente, se dignó a acercarse a aquellos seres que le alargaban las manos. Tal vez tenían algo que le fuera provechoso, aunque tanto ruido le alteraba el pulso y no podía dejar de corretear de un lado a otro. Miró la cámara con curiosidad y por unos minutos se quedó quieta, sin saber que posaba para una de las primeras tomas de una larga serie. Alargó su manita y atrapó vorazmente un cacahuete, trepando enseguida para tomárselo lejos del barullo. Después de unos cuantos salados manjares decidió esconder los sucesivos al pie de un tronco con la ingenuidad de un niño que se cree invisible tras un delgado madero. 
Y desde ese día, siempre que pasaba por su zona echaba un vistazo a las copas de los árboles. Ahí me quedaba un rato esperando y, varias veces, cuando no había mucha gente, venía como un perrillo a la llamada de su dueño. Una vez abajo, me agachaba para estar a su altura y se me acercaba con pasitos rápidos que interrumpía para observarme durante unos segundos. Después, más convencida, se me subía por la ropa olisqueando en busca de comida. No le gustaba pasar mucho tiempo sobre mí, pero si me quedaba un rato más, volvía a subírseme, algo amnésica. Y yo, gustosa, aceptaba divertida su alegre compañía.  

Nota
Todas las fotografías son propias. Todos los derechos quedan reservados.

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