Como en el café Guerbois, donde los impresionistas hacían tertulias con artistas de otra índole, hablaré de mis incursiones en el mundo de las artes bajo el prisma de una amante de la belleza, añadiendo mis reflexiones y aforismos como pequeña filósofa y esteta.
Era una mañana de septiembre, uno de los pocos días en que no tenía que madrugar, pero me levanté aún más temprano. Desayuné deprisa, me despedí de mi padre con una sonrisa de complicidad y salí corriendo. Me sentía como el día de Reyes, a la ansiosa espera de un gran regalo. Llevaba conmigo mi nueva cámara, que bamboleaba sobre mi hombro, aguzando la vista tras la línea del horizonte que el mar dibujaba.
Water from the same source, Rachel's. Inspirada en la música minimalista,
de pocas armonías que se repiten, posee una gran fuerza emotiva, una mezcla de melancolía, belleza y esperanza que las palabras no alcanzan a expresar.
Quería verlo desde aquella pequeña playa, con las grúas del muelle a lo lejos, aunque para eso tenía que caminar unos cuantos kilómetros y el tiempo se me venía encima. Y es que cuando quieres inmortalizar un instante del amanecer o del atardecer, te das cuenta del valor de cada segundo; pues cada uno, tan frágil y evanescente, posee una luz y color diferentes, como bien sabe el gran pintor Antonio López.
Al principio el cielo estaba ligeramente rosado, pero no había rastro del sol. Hasta que vi, como jamás había hecho, una gran bola de fuego asomándose tras el mar. Allí detuve mi caminata, paralizada por la emoción y el agradecimiento. A modo de despedida de mi isla, quería fotografiar uno de sus amaneceres, pero esto lo superaba con creces. Y durante unos minutos intensos disfruté tras el objetivo del espectáculo tan impresionante que se me brindaba. Poco a poco, su color rojizo tornó en dorado y el cielo fue tomando sus tonalidades habituales, menos intensas, más soportables, fundiéndose con la cotidianeidad de un nuevo día como si nada mágico hubiera pasado. Pero yo sí lo vi.
Estas dos últimas son de un día de "calima", como llamamos a la nubecilla de arena y polvo de África.
En concreto, las hice desde el coche, de camino al aeropuerto, despidiéndome de sus últimos paisajes por unos meses.
Notas
-Aún no manejaba la técnica a la perfección, por lo que las fotos tienen algunos fallos, pero aquí las dejo como testimonio de mis inicios y de ese gran momento. Después me he devanado los sesos y me he leído unos cuantos libros de fotografía para controlar todos los parámetros y ahora, podría decirse que me he hecho una mini experta!
-Todos los derechos de estas fotografías quedan reservados.
Con estas vistas al Roque Nublo comenzó una pequeña aventura familiar de la que guardo un grato recuerdo y unas cuantas fotografías. Un mes después las reviso y las selecciono con cierta añoranza de mi tierra. Desconocía entonces que los derroteros de la vida, tan caprichosa a veces, me llevarían, unas pocas semanas más tarde, lejos de allí. Salir de las cuatro paredes de mi casa, de las lindes de la urbe, del puñado de calles de siempre y pasar la noche en medio de un paraje desconocido y bien rodeada, se presentaba prometedor.
Avidez de belleza, de avivar la llama de inocencia que se sorprende con los detalles pequeños de la vida o con la imponente obra de la naturaleza. Eso tenía. Tamadaba avivó esa llama, con sus espesas nieblas de la tarde, envolviendo en un fantasmagórico halo sus pinos y sus precipicios, que nacían traicioneramente tras rocas silenciosas. Y un ansia de trascendencia brotaba de esos espacios infinitos y silenciosos que la niebla sugería o desvelaba al descorrer su velo. Y entre sus ramas resuenan todavía melodías ancestrales.
Tres timples, Los gofiones. Pieza de un grupo grancanario
propio para estos parajes.
El bosque encantado.
En el último mes del otoño,
Al final
De la amarga vida,
Colmado de tristeza,
Yo entré
A un bosque sin nombre y sin hojas.
Lo cubría por completo
El blanco cristal
Lechoso de la niebla.
Por las ramas claras
Lágrimas limpias caían
Como de árboles que lloran en la víspera
De este invierno vacío de color.
Y ahí sucedió un milagro:
Al atardecer
El azul brilló en las nubes
Y un rayo vivo, como en junio, atravesó
Desde los días futuros mi pasado.
Y lloraron los árboles la víspera
Del trabajo noble y la abundancia,
De la ventisca alegre que aletea en el azul.
Los pájaros guiaban la ronda,
Como las manos que por el teclado
Urdían los acordes más sublimes.
Arseni Tarkovski, 1978. (1)
Y después, el vacío.
La hora dorada.
Nota: Todos los derechos de estas fotografías están reservados. Fuente
(1) Extraído del blog poetasdelsigloveintiuno, que cuenta con un gran caudal de poesía clasificada por países y comunidades autónomas.
Si bien empecé el blog hablando de mi admiración por Tólstoi y su ambiciosa Ana Karénina y, sin retractarme ahora de ello, es cierto que no sospechaba entonces las cotas de profundidad psicológica que podían alcanzar los literatos rusos hasta que me deslicé por la febril mente del joven Raskólnikov. Tolstoi, de un realismo comedido acorde a la elegante aristocracia y una aguda percepción psicológica de la que se sirve para criticar sus excesos, había explorado los límites de la libertad humana y el precio de saltarse las convenciones sociales con el menoscabo de la propia integridad; Dostoievski, rozando el expresionismo artístico, semejante en pintura a un Grünewald (Alemania, 1455-1528) o un Munch (Noruega, 1863-1944), se adentraba en las tonalidades más oscuras del alma humana y su sufrimiento.
Edvard Munch, El grito, 1893.
Matthias Grünewald, La crucifixión, 1512- 1516.
Produce escalofríos seguir los razonamientos del protagonista de Crimen y castigo, cuya brillante mente, los apuros económicos y su preocupación por el bienestar de su madre y su hermana le llevan a una difícil encrucijada. La desesperación le confina en su cuartucho donde se devana los sesos hasta caer enfermo. Los límites entre lo bueno y malo se emborronan en pro de la supervivencia, llegando a convencerse de la heroicidad de acometer la única y macabra solución que encuentra. Sus teorías podrían asemejarse a las del súperhombre nietzschiano, que llevarían al desastre de la II Guerra Mundial.
"En una palabra, llego a la conclusión de que todos los hombres no ya grandes, sino que destaquen un poco de lo corriente, o sea los que están en condiciones de decir algo nuevo, por poco que sea, necesariamente han de ser criminales (...). De no ser así, les resulta muy difícil salir del camino hollado, y no pueden conformarse a andar por él debido a su naturaleza (...)". (1)
La crudeza de la historia me llevó a poner en duda si de verdad se trataba de ficción y, he aquí que hojeando un libro de César Vidal, El camino hacia la cultura, pude confirmarlo. Podía ponerse en la mente de un asesino hasta hacernos saltar los tendones emocionales alguien que había pertenecido a un grupo terrorista y que en los años de deportación en Siberia había vivido un renacimiento espiritual semejante al de Raskólnikov.
La pieza más sonada en Irrational man: The "in" crowd,
Ramsey Lewis Trio.
Una historia que recientemente ha sido versionada en el filme de Woody Allen de este año: Irrational man,pero con un enfoque muy distinto (cuidado: spoilers). Los guiños y referencias son cuantiosos y reconocibles para quien haya leído la novela. El moderno Raskólnikov (Joaquin Phoenix) es también un intelectual existencialista; para más inri, profesor de filosofía en la universidad. Pero tantas elucubraciones y teorías no han hecho más que dejarle un vacío existencial que trata de paliar entregándose a los placeres de la vida, aunque eso tampoco le llena. Entonces se cruza con una alumna (Emma Stone) que no conservará un ápice de la pureza de Sonia. Al igual que en la novela, tratará de cambiarle, aunque movida por el reto de conquistarle. Así, cuando descubre su lado oscuro, se olvidará de los encantos de aquel tan atractivo profesor. Desde el primer encuentro se sabe lo que pasará entre ellos pero, dado que es un leitmotiv constante en la trama de los filmes de Woody, no molesta ese punto naif.
Pero todo el sinsentido que paraliza al profesor termina cuando descubre una razón por la que vivir: ayudar de forma "altruista" a una desconocida quitándole "un problema de encima" (literalmente). Esa idea le hace sentirse vivo y útil y le llena de una energía desbordante. Junto con una banda sonora chispeante y desenfadada, nos muestran un Crimen y castigo en el que hacer el mal no es algo que produzca sufrimiento ni remordimientos, sino la más completa felicidad por haber ayudado a otra persona. En definitiva, el profesor personifica la idea de la banalidad del mal de Hannah Arendt (Alemania, 1906- Nueva York, 1975), pues no es una persona con tendencias asesinas, ni desea hacer el mal en sí, sino que se sirve de ese acto de forma puntual para conseguir un fin bueno. Este es el toque cómico de un Woody serio y formalmente sublime que lleva a tal extremo la acción más homófoba del ser humano: el homicidio. Lejos del realismo reconcentrado del genio ruso, Woody sólo pretende ofrecernos distracción, una mentira artística y, como ficción y una de sus mejores obras, hay que ver esta ingeniosa película.
Interesante entrevista en la presentación del filme
en Cannes 2015 donde Woody nos habla de su forma
de combatir el vacío existencial: haciendo películas.
(1) DOSTOIEVSKI, Fiódor, Crimen y castigo. Biblioteca de Plata de los clásicos rusos, Círculo de lectores, Barcelona, 1990, pág. 306.
"En lo pequeño está lo grande. El niño contiene al hombre, el cerebro es estrecho y alberga el pensamiento, el ojo es un punto y abarca leguas". Alejandro Dumas (1803-1870).
Algunos fines de semana me voy a un rincón de la isla donde tenemos una casita. El aire puro y las vistas me renuevan por dentro, pero sobre todo, los pequeños seres que lo habitan. Frágiles, unos, independientes, otros, pero todos llevan el sello de la inocencia en sus ojos. ¡Cuánto tenemos que aprender de ellos!
Sus habitantes
Entre almendros
Nota: Todos los derechos de estas fotografías están reservados.