miércoles, 13 de septiembre de 2023

La semilla de la existencia

¿De dónde has sacado tu cabello oscuro,

el dulce nombre con sonido de almendra?

No porque seas joven brillas tanto

amanecer es tu país, hace mil años ya.

Fragmento de Miriam, Ingeborg Bachman


Señor, ya es tiempo. Grande ha sido el verano.
Tiende tu sombra sobre los relojes
de sol, y desata los vientos por el campo.

Fragmento de Día de otoño, Rainer María Rilke


Los tiempos de la siembra de este terreno… Cuídate de no apresurar la cosecha, amor mío.

Algún día estarás muy lejos de aquí.

Hace un año aproximadamente escribía estas líneas. Desde entonces he cosechado muchos textos-cuerpos y he destruido otros tantos, en un ir y venir de nombres, de dudas, en un decir y desdecirme con el fin de expresar lo que en mí se quiere verdaderamente; y decirlo bajo el signo (1) de mi nombre. Precisamente hoy en el día de mi onomástica deseo retomar la cuestión del nombre propio, de mi nombre en cuestión —¿o es él quien me cuestiona? —


Katrin de Blawer


Antes de nacer fuimos deseo, un deseo que se nombró en voz alta. Luego vino el nombre, un determinado nombre —no se sabe bien por qué ese— y se pronunció en voz alta. Desde entonces aquel deseo empezó a tomar forma, consistencia. Nunca ha dejado de hacerlo. No necesariamente sucedió en ese orden; quizá estuviera ahí antes que todo, el nombre, sólo que nuestro relato se narra bajo unas coordenadas espaciotemporales para hacerse inteligible al oído humano. 


He ahí la primera semilla de la existencia, inseparablemente unido a los cuerpos que creará, que ya ha creado, gracias a la voz. La voz que nos nombró. Y la propia voz. Soy este nombre que alberga una voz, mi propia voz, la que nace de mi cuerpo y más allá del cuerpo; la eternidad que me atraviesa, más allá de mi vida. Mi voz.


Siento cómo desborda mi ser por las paredes de mi cuerpo, cómo vibra cada uno de mis átomos al pronunciar este nombre con el que una vez me elegí: Míriam.

Sí… Ahora lo recuerdo. Y mientras escribo actualizo aquella elección entre mi nombre, mi ser y mi voz, entre mí y todos los elementos que me rodean y son parte de mi existencia.


Como los últimos retoques antes de recolectar la cosecha, el nombre hace vibrar los cimientos de mi ser y me dice: Talitha kum (2), ¡levántate!


Ya es hora de salir de la sombra. Semilla tú, creadora de vida.


Katrin de Blawer


Con lágrimas en los ojos, a punto de atravesar el velo que me separa del mundo, aguanto la respiración, suspendida en una espera que parece durar una eternidad.

Instantes después se reanudará el movimiento, seré envuelta por la sinfonía del universo, pero mientras, permanezco en este umbral de incertidumbre y expectación, de posibilidad.


Una esperanza ciega se cuela por una finísima grieta, la misma que traté de cerrar para que no asomara esta vulnerabilidad de la desnudez del ser que me aterraba reconocer, ahí donde reside toda la potencia de la vida. Y es a través de ella desde donde atisbo el comienzo de otras historias que yo misma he soñado, los regalos que mi existencia tenía para mí, ahora lo sé.



Algo se va a abrir —está a punto de hacerlo.

Es el salto. El salto que se requería desde hacía tanto que ya no lo recordábamos. Un gran salto que ha estado precedido por muchos pequeños y no menos importantes y han ido preparando el terreno al ritmo que me pedía la tierra ayudándola a abrirse cada vez más.


El velo se termina de rasgar.

Se escucha un grito.

Es el grito de la escritura: é-crier, como me gusta llamarlo (3).


He dado a luz.

Me he dado a luz.

Soy el río que corre dentro de mí y me desborda y el cauce que lo guía; soy el fuego y las cenizas que incendió a su paso. Sobre esta cima de mi nuevo nacimiento observo todo lo que está por venir y que inscribiré en mi cuerpo con mi deseo hecho palabra.


Soy yo, soy Míriam.

Aquí está mi voz.

Que sea la voz.



Epílogo


Termino de escribir estas líneas al despuntar el alba. Como el dios Khepri, que eleva el sol cada mañana para traer un nuevo día, me digo que también se sostiene el mundo con este gesto de dar cierre a un texto y contener toda esta energía; un gesto que podría parecer tan pequeño, como el de aquel escarabajo que arrastra su bolita por el desierto, pero sin el cual no habría vida.


Cada mañana, a través del acto de la escritura, un nuevo día asciende por nuestras cabezas inventando todas las cosas que toca con sus dedos infinitos. Y como aquél, en el ascenso mismo del sol que porta, uno se reconoce luz; ya era luz, potencia de vida, una luz que emerge a través de una voz y un nombre propios.




Notas

(1) Signer en francés significa firmar y a la vez es signo, algo que no tiene una significación per se.

(2) En arameo: A ti te digo: ¡levántate!

(3) Mezcla de creer, gritar, crear… escribir; palabras todas que en francés (écrire -escribir-, crier -gritar, créer -crear-) emergen de una misma raíz léxica o sonora y engendran en su conjunto esto que llamamos texto.

jueves, 8 de junio de 2023

Fuera de los márgenes: una lengua en construcción

Sé razón infinita de tu vibración íntima,

cúmplela del todo esta única vez,

y no olvides que también la nada existe.

R.M.Rilke, Sonetos a Orfeo, 1923.


Escribir como destrucción de lo que se ha escrito, para que surja aquello que se quiere decir.

Este texto nace de la destrucción de otro texto. Sin embargo se destruye algo más que eso. El cuerpo está implicado aquí —y también su destrucción. Destrucción no obstante constructiva, como la de un fuego que arrasa dejando unas pequeñas esquirlas como simientes con la que se construirá otro texto —¿y no es eso vivir?—.

Ahí hay algo valioso.

Lo que sobrevivió al fuego.

Lo que ni la muerte podrá matar.


Llega un momento en la vida de un escritor en el que ya no puede seguir siendo portavoz de otros. Hay algo que quiere salir de uno, algo que va más allá de las propias fuerzas, como un río que crece, le inunda y... No. Ya no le sirven más aquellas voces que, como guías, le permitían escribir dentro de los márgenes de un supuesto nosotros. Esa escritura correcta e inofensiva, que se mueve en círculos a intramuros de la ciudadela de la academia, si no se alza en leve vuelo a ras de lo ya-dicho. No, eso se lo dejo a los académicos. A cada uno, lo suyo.




Es este un momento crítico, el del exilio de la tierra firme de nuestras certidumbres —pero, ¿las de quién, realmente?


Esta transgresión de los márgenes hacia la primera persona del singular, este escribir en nombre propio con todas sus consecuencias quizás forme parte de lo que supone devenir autor: ser recipiente y voz de un río que pasa por su cuerpo, el saber que nace de ese encuentro. El nombre propio… Pero, ¿qué dice el nombre? Acaso, una vibración que fulgura en la noche, la intensidad de una mirada que se pierde en la bruma del horizonte, un roce en el aire que le incita a bailar… Nada más.



Lo que me ha (a)traído de nuevo hasta aquí es un tema que lleva un tiempo fraguándose en mí a raíz de las reflexiones en torno a la poesía y el lenguaje; el de la necesidad de construir una lengua propia. Y precisamente esta necesidad y esta falta (1) se hicieron patentes en el transcurso de su escritura. Aquel primer texto —lo puedo ver ahora sumergido bajo la superficie de éste junto a otros tantos— que marcó un punto de inflexión entre-dos escrituras, me interpelaba con una pregunta: ¿en qué lengua escribes?, decía —esto es, ¿a quién sirves?—. Lo que bastó para trastocar el lenguaje haciendo que me replanteara la cuestión de sus raíces y, por ende, las de su autora. 


El texto rebasa los límites de la escritura y deviene cuerpo.

No, Spinoza, nadie sabe lo que puede un texto; ni qué muros abrirá, ni qué pueblos creará... Mejor así.




La lengua común es la establecida al servicio de un supuesto sentido y corre a ciegas en pos de la verdad; el lenguaje de las identidades y las certezas que toma las palabras en su literalidad y las condena a un uso concreto, siendo susceptible de todo tipo de manipulaciones (2). Pero, ¿dónde queda el sujeto? Sujeto, eso sí, a la normatividad impuesta a través del lenguaje (3).


La verdad no ¡el aire!

Para abrir

g

u

j

e

r

o

s

por los que introducir

la cabeza y mirar


hacia otro lado. (4)


Pero esta lengua está lejos de uno. Es de todos y de nadie.

Habla de no desde.

Para hablar desde uno sería preciso que la lengua atravesara el propio cuerpo, haciéndose con las fisuras que le son propias, sus huecos, sus sinuosidades y lo traduzca (5) a una nueva lengua, más parecida al balbuceo del poeta y del místico que no alcanza a decir, que duda, que tiembla y se exalta, en este extrañamiento de sí y del mundo que le rodea.



Si viniera,
si viniera un hombre,
si viniera un hombre al mundo, hoy, con
la barba de luz de
los patriarcas: debería
si hablara de este
tiempo,
debería
tan sólo balbucir y balbucir,
continua-, continua-,
mentemente.


(Pallaksch, pallaksch) (6)


Una lengua propia que acoja al extranjero que es uno para sí mismo; una lengua de la hospitalidad en la que se devenga anfitrión y huésped al mismo tiempo; una lengua que no pase por encima de uno sino que trace puentes entre sus partes falladas y desde ahí invente maneras de desplegarse —tanto como sea capaz de imaginar—, en ese decir(se) que le es propio, hacia su Deseo.


Aquí propongo una lengua en la que poder reconocerse y, a través de la cual podamos acoger a otros; una pequeña rebelión del lenguaje contra todas las tiranías.




Epílogo 


Creo que, bajo este texto, no hay uno sino muchos textos-cuerpos que le han precedido, hasta llegar, quizás, al primero, a la primera enunciación de mi existencia. Entonces escribir sería reescribir y, vivir, como consecuencia, una reformulación de lo ya-vivido para abrir nuevos caminos y crear otras formas más propias de con-vivencia.






Notas


(1) Il faut, en francés, significa hay que, pero también faltar. Aunque, la falta se dice en su lengua original, le manque.

(2) Nietzsche aborda de forma genial esta cuestión del lenguaje y su (in)adecuación a la realidad en Sobre verdad y mentira en sentido extramoral.

(3) Cuestión planteada por Foucault y desarrollada por Judith Butler en su magnífico trabajo Mecanismos psíquicos del poder.

(4) Poema de la grandísima poeta belga-española Chantal Maillard, de su libro La herida en la lengua.

(5) Ninguna lengua es lengua materna. Crear versos significa traducir. Esta reflexión tan genial como ella de la poeta Marina Tsvietaieva en una carta a Rilke de 1926 me hizo plantearme más a fondo la cuestión de la lengua. Pertenece al libro Cartas del verano de 1926.

(6) No podía faltar aquí esta conjunción entre la palabra con que Hölderlin al final de su vida decía tanto sí como no y el autor que más fecundamente ha ahondado en esta cuestión de la imposibilidad del decir a través de su poesía como es Paul Celan. Es parte del poema Tubinga, enero (1961), donde he combinado dos traducciones, ya que ninguna se ajustaba.


Todas las fotos son de autoría propia, realizadas en Normandía en septiembre del 2022.



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