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martes, 10 de marzo de 2020

De amor a la Poesía


¿Cómo había pasado todo este tiempo sin fijarme en ella, la más pequeña de todas, la más humilde, pero la más presente, la que subyace bajo todas las cosas? ¿Cómo había vivido hasta ahora sin la poesía? Es algo que me pregunto, como una enamorada al encontrar por fin a su amor, sin saber cómo era su aspecto hasta tenerlo ante sí. Pero ella ya estaba en mí desde hace años, ya la buscaba en el cine de Tarkovski, en las fotografías brumosas, en la búsqueda filosófica, en los relatos nocturnos y en toda aprensión de la belleza. Pero no la había reconocido. La buscaba bajo otros nombres, otras apariencias. Hasta que un buen día, de tanto oír -leer- Pizarnik, su nombre ya me salía por los poros. La busqué en la biblioteca, con la suerte de contar con su Poesía completa. Decir que me asombró es poco: me hirió en lo más profundo con su lenguaje desgarrador, íntimo y lleno de verdad. Ella, poeta con mayúsculas argentina, -también otro ella- fue la -bendita- responsable de que haya empezado a escribir bajo esta nueva forma -hace poco de eso-, saliendo de mí lo que hacía años no conseguía tan siquiera pronunciar. Me mostró una forma de hacer poesía alejada de las constreñidas formas a las que estaba acostumbrada y que la hacían algo ajeno a mí. Pero Alejandra las desbarató y las hizo suyas, poniéndola -también- a mi alcance.



El maridaje perfecto para Alejandra, es, junto a Nisi Dominum, de Vivaldi, esta pieza (On the day of nature) de uno de los compositores actuales que más admiro, de música cargada de nostalgia y tremendamente filosófica.

Alejandra Pizarnik, (Avellaneda, Argentina, 29 de abril de 1936- Buenos Aires, 25 de septiembre de 1972).
Como una neófita recuperando el tiempo perdido, he andado de libro en libro tras las grandes voces de la poesía, pero voces que a mí me hablan particularmente: como Emily Dickinson, Alfonsina Storni, Sylvia Plath, María Zambrano, Gabriela Mistral y las que aún me faltan por conocer. Pero entre todas ellas, sin duda alguna Alejandra y Emily se han convertido en mis poetas de cabecera. Dickinson posee la fuerza de una llovizna que empapa lentamente; con una delicada sutileza muestra la realidad desnuda, sin aspavientos, pero con la sorpresa de un gran hallazgo. Alejandra, con un lenguaje e imaginario propios nombra la desolación, con el sabor de una terrible pérdida, de una constante ausencia de su terrible verdad descubierta bajo sonoras metáforas. Ambas, con estilos muy diferentes, tienen en común su acercamiento a lo terrible de la existencia, no hay nada superficial en ellas porque miran de frente al interior mismo del ser humano.
Emily Dickinson, (Amherst, Massachusetts, 10 de diciembre de 1830-15 de mayo de 1886).
Esto me ha inducido a establecer según el acercamiento a la realidad del poeta -con la venia de los expertos y académicos-, al menos, dos tipos de poesía. Si ponemos como referencia el cuerpo humano, la poesía carnal o de los sentidos se centra en la corporeidad de éste, su materialidad, sensualidad per se, la cosa en sí misma, como éste poema de Bécquer: 
Tu pupila es azul, y cuando ríes,
su claridad suave me recuerda
el trémulo fulgor de la mañana
que en el mar se refleja.
Tu pupila es azul, y cuando lloras
las transparentes lágrimas en ella
se me figuran gotas de rocío
sobre una violeta.
Tu pupila es azul, y si en su fondo
como un punto de luz radia una idea,
me parece en el cielo de la tarde
una perdida estrella.

La otra forma de hacer poesía es similar a la visión de rayos x, cuyo resultado es la radiografía de la realidad: la poesía  de lo esencial, de la que Pizarnik y Dickinson son paradigmas. Los elementos de que se componen son, sin embargo, materiales -hechos de materia-, pues como dice Aristóteles: «Nada hay en la mente que no haya estado antes en los sentidos». La realidad intangible a la que se acerca necesita la mediación de la palabra, que a su vez, aglutina conceptos inmateriales, mitad sonido, mitad idea, a caballo por tanto de ambos mundos, rozando cada uno sin pertenecer a ninguno. Pero aquí, la palabra, además, juega un papel muy importante en la representación de otra cosa, esto es: como metáfora. No se nombra la cosa en sí sino como referencia a otra, como un trampolín, con esa búsqueda de satisfacer la necesidad de expresar a pesar de su dificultad, como un pez que se resbala de las manos.

(Hacer clic sobre cada foto en la versión móvil para mayor resolución).


En esta vertiente es donde la poesía linda con la filosofía. La filósofa María Zambrano (Vélez-Málaga, 22 de abril de 1904- Madrid, 6 de febrero de 1991) estudió con profundidad esta relación proponiendo para la filosofía occidental, alejada de sus orígenes, el método de la razón poética: «(...) Poesía y pensamiento se nos aparecen como dos formas insuficientes, y se nos antojan dos mitades del hombre: el filósofo y el poeta. No se encuentra el hombre entero en la filosofía; no se encuentra la totalidad de lo humano en la poesía. En la poesía encontramos directamente al hombre concreto, individual. En la filosofía, al hombre en su historia universal, en su querer ser. La poesía es encuentro, don, hallazgo por la gracia. La filosofía busca, requerimiento guiado por un método» (1).
Uno de los muchos poemas de mi querida Alejandra, es difícil escoger entre tanta joya.
Zambrano, fiel defensora de la poesía, se preguntaba si «las verdades últimas de la vida, las de la muerte y el amor, -eran- aunque perseguidas, halladas al fin, por donación, por hallazgo venturoso, por lo que después se llamará 'gracia' (...) en griego (...), jaries, carites» (2), a diferencia de la filosofía, que especula sobre ellas y ejerce su dominio deformándola por la tarea de la abstracción. Por otra parte, mientras la filosofía se centra en la «elucubración sobre el ser, sobre la claridad de su evidencia» el poeta «abarca el ser y el no-ser en admirable justicia caritativa, pues todo tiene derecho a ser hasta lo que no ha podido ser jamás». En esta línea apunta esta bellísima idea: «las cosas están en la poesía por su ausencia, es decir, por lo más verdadero, ya que cuando algo se ha ido, lo más verdadero es lo que nos deja, pues que es lo imborrable: su pura esencia» (3).  Y hablando de ausencias, Alejandra, poeta de la ausencia por antonomasia escribe maravillosamente en su poema En esta noche, en este mundo:

No
las palabras
no hacen el amor
hacen la ausencia

Es por ello, quizás, por la materia de la que trata que, especialmente esa poesía de lo esencial, es tan oscura a veces, en oposición a la claridad de la luz, de lo conocido -y, por eso mismo, tranquilizador-. Es en lo terrible del no-ser en donde encuentra cabida y su materia de inspiración. Ambas ascienden de la caverna para el encuentro con el ser trascendente, pero una renuncia a la experiencia mientras que «la poesía es vivir en la carne, adentrándose en ella, sabiendo de su angustia y de su muerte». 


Citas
(1) M. Zambrano, Filosofía y poesía, en ORTEGA Y MUÑOZ, Juan FernandoAlgunos lugares de la poesía, p. 15, Editorial Trotta. Madrid, 2007.
(2) Ibid., p. 23.
(3) Ibid., p. 26.

sábado, 29 de noviembre de 2014

Mis aforismos III: Cor meum.

Dibujo de Van Gogh.
Un amor limpio y profundo puede extinguir todas las fealdades de uno, sus sombras y sus pequeños o grandes odios.

Descubrir que la persona amada habita en uno y te acompaña a donde vayas es un arte y una delicia.

El amor tiene ese sino que cuando se descubre y es puro llega a doler, sobre todo porque somos materia, almas encerradas en cuerpos. Eso limita nuestra sed de infinitud, nuestra sed de romper todas las barreras que nos separan del otro. Y así, nuestra vida se convierte en una lucha de fuerzas hasta calmar ese anhelo.


Cuando son dos y ya no más uno, se vive por dos y las tristezas de uno son iluminadas por las alegrías del otro y las alegrías se multiplican y la felicidad es común y por eso, doble.

Tú eres como el arte: bello e "inútil" pero necesario para que yo viva. 


Las hojas y la lluvia caen a nuestro alrededor, pero en mi corazón es primavera porque tú vas a mi lado.


Boceto de Noche estrellada, Van Gogh, 1889.
Nadie merece ser la muleta de otra. Cuando se llevan muletas se pierde la oportunidad de averiguar quiénes somos, nuestros límites, nuestra capacidad resolutiva. Seguramente, encontrará uno que es cojo al principio, vulnerable, pero en el proceso se va conociendo y aceptando sus imperfecciones. Entonces, se es capaz de ser amado.

El egoísmo es el mayor obstáculo para amar. De ahí que haya que menguar uno para que crezca el otro. 

Hay días alegres, días melancólicos, atardeceres del alma. Pero qué bellos son los atardeceres, sin los cuales no habría amanecer.

Atardecer sobre el Pisuerga (Valladolid), fotografía propia.

El mundo se sostiene por las personas bellas a las que habría que hacer un monumento por su dedicación callada a los demás.

En el equilibrio entre el "yo" y el "tú" está la perfecta relación de amor, como dos círculos independientes que se enlazan en un extremo voluntariamente.

Y ahora entendemos tantas cosas... el sudor y lágrimas del pasado no han hecho sino hacer brillar el presente y hacerte brillar a ti, mi estrella.

-¿Y de quién será tu corazón?
- De quien lo cure- sonreía.

La vida tiene sentido cuando hay un amor que la sustenta.

Felix Nussbaum,

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lunes, 27 de octubre de 2014

Mahler y Alma: La historia de dos sufrimientos.

Mi deseo de conocer más acerca de Mahler me ha llevado al hallazgo de un testimonio de primera mano inigualable: el de su esposa, Alma Mahler. El libro se titula "Gustav Mahler: recuerdos y cartas" (1). Me dio una gran alegría conocer su existencia, pues ya me había encantado la biografía del grandísimo Bach escrita por su mujer (de la que hablaré más adelante) y no creía que esa suerte pudiera repetirse. La relación entre Alma y Gustav Mahler ha estado teñida de muchos comentarios no muy acertados, tanto en vida como ahora. Creo que no se ha comprendido suficientemente bien lo que supuso su unión, en la que no todo era de color de rosa pero tampoco negro como el carbón. La gente es muy dada a opinar sin saber o a basarse en fuentes de terceros, con las verdades ya marchitas por el excesivo reciclaje. Por eso aquí hablaré de ello en base a las palabras sinceras de Alma -que escribió con la perspectiva de los años y el apoyo de su diario-, que nos ha humanizado la visión de ese gran Orfeo de Mahler.

Alma Schindler (Viena, 1879- Nueva York, 1964) era hija del pintor Emil Jakob Schindler. Se crió en un ambiente artístico privilegiado y trató con innumerables artistas de la época. Era alumna de composición de Alexander von Zemlimsky y había compuesto algunas canciones muy buenas. El 9 de noviembre de 1901, con 22 años, fue invitada a una cena en casa de sus amigos los Zuckerland en la que estaban invitados Mahler, el pintor G. Klimt y Max Burckhard- director del Burgtheater y poeta-. A ella le intimidaba la presencia de Mahler, de quien se habían corrido falsos escándalos por su condición de judío. Pero finalmente acudió por sus amigos Klimt y Burckhard. Mahler era el director de la Filarmónica de Viena- más tarde lo sería de la Ópera-. Tenía un enorme prestigio como tal y su persona ejercía gran fascinación. Alma, cuya belleza e inteligencia era sobradamente apreciada por todos, tomó como escudo una actitud indolente hacia él. Pero Mahler  no dejó de observarla en toda la noche y pronto, atraídos el uno por el otro, comenzaron a discutir sobre música. "Hacía largo rato que nos habíamos apartado del resto, o ellos nos habían dejado solos. Había alrededor nuestro ese círculo mágico que pronto encierra a quienes se han encontrado mutuamente." Al día siguiente le había invitado a un ensayo de la Filarmónica junto con otras damas que se unieron. Él le quitó el abrigo a Alma y omitió hacerlo con el resto. Mahler ya estaba enamoradísimo: "- Frau Schindler, ¿cómo durmió usted?
- Perfectamente. ¿Por qué?
- Yo no pegué ojo en toda la noche."


A la mañana siguiente le había enviado unos versos suyos de manera anónima y ella supo que eran de él. Todavía era joven e ingenua, se llevaban 19 años. "Su grandeza interior, me era casi desconocida en ese momento. Sin embargo, me inquietaba una sensación de temor reverente ante su extraordinario genio que amenazaba con alterar mi serenidad." En las siguientes semanas se  encontraron en la ópera donde conoció a la madre de Alma, que le reverenció hasta el final de sus días. "Nos separamos muy alegres, con la sensación de que algo grande y hermoso había sobrevenido en nuestras vidas." Al poco, Mahler le habló de casarse. Él estaba decidido, aunque ella a penas dijo palabra en esa fugaz conversación. "Después de haberle dejado que me besara sin desearlo realmente y que apresurara la boda sin siquiera haberlo pensado, me di cuenta de que tenía razón en ambas cosas y que ya no podría vivir sin él. Sentí que sólo él podría dar sentido a mi vida y que estaba, con mucho, por encima de todo hombre que yo hubiese conocido." Los amigos de Alma no aprobaban esa unión, entre otras cosas por ser judío, pero también porque vaticinaban que le haría sombra... y así fue. 

Mahler tenía que viajar constantemente con la Filarmónica y en esos viajes, que se le hacían penosos por la lejanía de Alma, le escribía constantemente. En una de esas ocasiones, ella tenía que terminar una composición muy importante para ella y le escribió diciendo que no podría escribirle más ese día. Él se enfadó muchísimo y le prohibió por carta que compusiera, aunque en seguida rebajó sus exigencias en la siguiente carta. Ella lloró amargamente pero finalmente aceptó. "Enterré mis sueños, y quizá fue mejor así. Ha sido mi privilegio dar a mis dotes creadoras otra vida en espíritus mayores que el mío. Pero sentí mi alma transida y la herida nunca se curó." En muchas ocasiones hace referencia al sacrificio que ella hacía de su vida para Mahler, del que él no se daba cuenta, aunque ella estaba orgullosa de poder servir para su obra y permitirle componer. Vivían en habitaciones separadas, ella se encargaba de que no hubiera ningún ruido mientras él componía y le pasaba las partituras orquestales a piano. Desde luego es impagable ese sacrificio callado, esa abnegación total de su persona por el arte de su marido, a quien amaba.

El 9 de marzo de 1902 se casaron con Alma embarazada. Desde entonces ella notó un giro en la actitud de él, que le trataba como un profesor estricto. Intentaba imponerle su visión negativa de todas las cosas que él consideraba supérfluas: vestidos, vanidad, viajes... Entendió más tarde que Mahler tenía celos de su juventud y belleza y quería asegurársela para él. Por su parte, Alma estaba celosa de su pasado. Parece ser que Alma más que nada comenzó admirándole como compositor. Más tarde le amó, si cabe decirlo, también por su persona. Pero una vez le dijo a Mahler que lo que amaba de un hombre eran sus realizaciones... Alma sentía al principio una gran inseguridad e inferioridad que podría haber curado con su música y lo llevaba como una carga. Mahler la amaba, pero con su trabajo le había descuidado, pues trabajaba infatigablemente entre sus composiciones y el trabajo en la Ópera de Viena.

En cuanto a Mahler, no podía ser de otra manera. Su aparente egoísmo no era tal, pues no le importaba él sino su obra. Su forma de ser era difícil, pero fruto de su genialidad no fingida. Tenía un carácter muy fuerte, violento e intransigente aunque también muy dulce. Su ingenuidad y despreocupación total por el mundo llegaron a ser muy embarazosas para Alma, aunque también podía resultar cómico. Tenía muchas extravagancias que llevaron a muchas cenas incómodas, como una en la que una cantante invitada quería interpretarle una pieza y Mahler, al poco de empezar, se marchó furioso. También solía levantarse varias veces en las cenas en casa de desconocidos porque se aburría. Se sentían mucho mejor en familia y con los amigos cercanos. 

Un suceso que les marcó profundamente fue la muerte de su hija mayor en 1907. En esa ocasión, el doctor prescribió reposo a Alma porque estaba fatigada y Mahler, a modo de guasa, le dijo que le mirara a él también. La respuesta fue un mazazo: le dijo que su corazón no estaba nada bien. Su dolor les separó por esa temporada, fue el principio del fin y Mahler estuvo ensombrecido aún más por esta noticia. Su amor vio renacerse sin embargo, en algunas ocasiones que Mahler despertaba del letargo y tenía detalles enternecedores con Alma. Pasaron juntos un bache en 1910. Alma había estado recuperándose de su fatiga en un sanatorio, donde conoció a Walter Gropius, que le cayó muy simpático. Sus halagos le complacieron porque reavivaron la confianza en sí misma, pero se marchó porque "no deseaba en modo alguno cambiar mi vieja vida por una nueva". Al poco él le escribió una carta de declaración de amor que estaba dirigida a Mahler (no se sabe si por error o como petición de mano). Se sinceraron por primera vez y recurrieron a la madre de Alma para que les ayudara. Esos días sólo paseaban y lloraban juntos. "Después de poner al desnudo las causas de nuestro alejamiento con la mayor honestidad, me sentí más segura que nunca de que no podría abandonarle. Cuando se lo dije, su rostro se transfiguró. Su amor se convirtió en éxtasis. No podía separarse de mí ni por un segundo." Sin embargo, ella se dio cuenta de que su matrimonio no era un matrimonio de verdad... Alguien le había dicho una vez: "te has casado con un hombre que no es un hombre, es una abstracción." El pobre Mahler sintió mucha inseguridad y celos a raíz de este suceso y al poco acudió a Freud, quedándose más tranquilo. Se dio cuenta por primera vez de que "algo se debe a la persona con la que se ha unido la propia vida" y comenzó a interesarse por las antiguas canciones de su esposa. Un día tocándolas al piano y se dio cuenta de que eran muy buenas y de que había sido muy ciego y egoísta, tal como se lo hizo saber a Alma. Quería que se publicaran y le pidió que compusiera nuevamente...

Úlmtima hoja de la 10ª sinfonía. Dice: "Für dich leben! für dich sterben”! que significa: por ti vivo, por ti muero. Al final pone: “Almschi”, el apelativo con que llamaba a Alma. 

Su relación era muy conmovedora. Mahler necesitaba a esta delicada joven y ella a él también. Alma le cuidó durante su enfermedad no separándose apenas de él. No podía soportar su vida sin él y soñaban con vivir una vida tranquila después de que se recuperase. Ella le dijo "- Cuando estés bien nuevamente, ya habré tenido bastante de sufrimientos. ¿Recuerdas que cuando me conociste pensaste que yo era demasiado feliz? Ya he sufrido bastante. No necesito más castigo. Viviremos una vida despreocupada y feliz.- Sonrió tiernamente y me acarició los cabellos. - Sí, tienes razón. Si Dios quiere que yo mejore, aún podemos ser felices." Cuenta Alma que la belleza de Mahler en sus últimos días era asombrosa y que ella le decía: "Hoy, eres Alejandro el Grande". "En los últimos días exclamó <<¡Mi Almschi!>> cientos de veces, con una voz, un tono, que nunca había oído antes y nunca he vuelto a oír desde entonces. Y al escribir ahora estas palabras, no puedo refrenar mis lágrimas." Él estuvo con una grandeza de ánimo conmovedoras, tenía paz cuando nunca la había encontrado en toda su vida. Lo último que dijo, con ojos asombrados y sonriente, fue "¡Mozart!" dos veces. Y pensar que se encontró con él y con todos los compositores que admiraba...¡es sobrecogedor!


Notas
(1) MAHLER, Alma, Gustav Mahler: recuerdos y cartas. Taurus, Madrid, 1986.

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sábado, 9 de agosto de 2014

La intelectual y vanguardista George Sand.

Retrato de George Sand, Alfred de
Musset (1833). 
Hace poco me terminé un libro que me habían recomendado: Un invierno en Mallorca de George Sand. No es el tipo de libros que suelo leer, pues no es novela, sino una relación- aunque escrita de forma literaria- sobre el viaje que la escritora francesa realizó a esta isla el invierno de 1838. Iba en busca de un clima saludable para su hijo Maurice, que había padecido algunos ataques reumáticos, por recomendación de un matrimonio amigo, los Marliani (él, escritor francés y ella, española), y el ministro Mendizábal (amistad que me ha llamado la atención y que explica algunas reflexiones que sobre él hace).

Me gusta leer los libros sin un conocimiento exhaustivo previo para sacar así mis propias conclusiones y saborear los descubrimientos que vaya haciendo- como perlas encontradas-, mucho más apasionante que ahogarse en las aburridas y monográficas enciclopedias, a mi entender. Al abordar un tema, lo que más me interesa es encontrar las relaciones que hay entre artistas, las diversas artes o la historia. Entender que todo está relacionado nos hace la realidad deliciosamente sencilla, como es y comprensible. Al fin y al cabo, Dios es el Ser Simplicísimo (1).

Poco sabía de esta escritora, mas que era una mujer muy moderna y que había tenido una relación con Chopin. Su verdadero nombre era Amandine Aurore  Lucile Dupin, baronesa Dudevant (París, 1804- Nohant, 1876). Su carácter fuerte, en contraste con el de aquél, le ayudó a salir adelante. Era una mujer rompedora, de espíritu libre y un fino arte literario. Vestía con pantalones en una época en la que importaban tanto los códigos sociales, a excepción de las reuniones sociales. Por ello, perdió parte de los privilegios como baronesa, aunque como contrapartida, podía acudir a lugares vedados a las mujeres de su clase. Sus relaciones eran apasionadas y liberales. Tuvo muchos amantes, como Jules Sandeau- de quien tomó su seudónimo Sand- Alfred de Musset, etc. Su círculo de amigos lo componían la élite intelectual, nada menos que: Honoré Balzac, F. Liszt, Delacroix, Jules Verne, Heine, Victor Hugo y Flaubert.

Antes de conocer a G. Sand, Chopin había estado a punto de casarse con María Wodzinska, el gran amor de su vida. La boda no fue autorizada por los padres de la novia y dejó en él una amarga huella que transmitiría a través de su piano. De esta relación tengo un libro muy pequeñito que encontré en una librería de viejo muy del gusto decimonónico titulado El gran amor de Chopin, de Regina Flavio (1942). Sólo lo he hojeado y parece interesante, pues salen otros compositores de la época. Cuenta que su amigo Liszt había conocido a G. Sand y le había informado de su aspecto semi-varonil y Chopin no tenía ninguna intención de conocerla. Pero acaba el libro con el relato del día de su primer encuentro, en el verano de 1836:

"Aquella tarde, sentada cerca del piano, contemplaba estática al concertista una mujer de ojos profundamente negros, a quien había llevado a casa de Chopin por primera vez el amigo de ambos, Franz Liszt. Se llamaba Aurore Dupin, y era conocida en el mundo de las letras, de que era astro rutilante, con el seudónimo de George Sand. El destino señalaba una nueva ruta a F. Chopin."

De este encuentro, Chopin escribió en una carta: "Hoy he conocido a una gran celebridad, madame Dudevant, conocida como George Sand. Su apariencia no es agradable. De hecho hay algo en ella que indudablemente me repele. ¡Qué persona más falta de atractivo! ¿Es realmente una mujer? Me inclino a dudarlo...". Ella acababa de divorciarse de su marido Casimir Dudevant. Chopin al poco cayó enfermo de tuberculosis (aunque no lo sabrá hasta mucho más tarde) y ella comenzó a visitarle, surgiendo de ahí una profunda amistad que tornaría en amor. La relación, tildada por algunos de maternofilial, duró nueve años.

Retrato de Chopin y de George Sand, Delacroix, 1838.  

Cuando realizaron el viaje a Mallorca, en 1938, Chopin y Sand ya vivían juntos y se llevaron consigo a los hijos de ella. Pensaron que ese clima también sería favorable para la enfermedad de Chopin, aunque lejos de ello, empeoró por el clima húmedo y las lluvias torrenciales. El viaje a una isla "paradisíaca" fue para esta familia una mala experiencia a causa de esta circunstancia que agravaba una serie de contradicciones que tuvieron en la isla.

Quien no sepa que George Sand es un seudónimo masculino (para poder publicar), le chocará que la escritora haga referencia a sí misma como si de un hombre se tratara. La graciosa pluma de George Sand, aunque con suma elegancia y respeto, fue un tanto mordaz con los mallorquines. El libro es muy variado: presenta desde un análisis de la economía de la isla, sus habitantes, su arquitectura y geografía hasta la narración de excursiones y experiencias tenidas y un relato que me encantó, inspirado en las ruinas del Convento de Santo Domingo. Este relato es interesantísimo y viene como consecuencia de las reflexiones que hace acerca de la Desamortización de Mendizábal, a quien califica de héroe porque sacrificó algo necesario para el progreso de la nación a pesar de no ser entendido, pues no buscaba su provecho. Su visión desde el punto de vista de una intelectual francesa de este hecho histórico me ha abierto los ojos y merece la pena tenerla en cuenta.

Postal de George Sand escuchando a
Chopin
, Adolf Karpellus.
Es curioso que nunca nombre a Chopin, aunque quien conoce la historia siente una gran emoción cuando se hace una vaguísima referencia a él. Por ejemplo, cuenta los problemas que tuvieron para traer el piano Pleyel (de Chopin, claro), pues querían aprovecharse de ellos cobrándoles una barbaridad. O, en otra ocasión, dice de un rudo obrero que trabajó para ellos en la Cartuja de Valldemosa: "Abandonaba su trabajo y venía a colocarse detrás de la silla del ejecutante, con la boca entreabierta y los ojos desorbitados." A pesar de su estado, Chopin compuso la mayoría de sus Preludios, la Polonesa en Do menor, op. 40, o la Mazurca en Mi menor, op. 41 nº 2, entre otras. 



Polonesa C menor op. 40, nº 2, Chopin interpretada por Maurizio Pollini.

En cuanto a los paisajes y el clima, son exaltados por esta escritora romántica. No puedo por menos de hacer mención a la pintura, pues esta isla ha sido codiciada desde inicios del siglo XX (antes era poco accesible) por pintores como Hermen Anglada Camarasa, Joaquín Mir, Santiago Rusiñol y otros que venían atraídos por la insólita belleza del municipio de Pollença. De este pequeño libro deduzco una mente brillante y aguda, muy sensible a la belleza. Como mujer, me he sentido enorgullecida por el valor de George Sand que, en una época donde era difícil ser más que una simple dama, se hizo valer, no con reivindicaciones feministas simplistas, sino con su propio arte.

Camarasa (Pollença).
Camarasa (Pollença).
Torrent de Pareis (Mallorca), Rusiñol.

(1) DE HIPONA, San Agustín, La ciudad de Dios, Imprenta real, Madrid, 1797, Tomo II, capítulo X.
- Otros posts de mujeres relevantes: Irène Némirovsky.

lunes, 28 de julio de 2014

Una música constante.

¿Cómo encerrar en un libro tanta belleza? Si hay alguien que sea capaz de relatar los acontecimientos más prosaicos de la vida cotidiana con un sentido tan estético, ese es el escritor calcutense Vikram Seth, cuyo estilo podría encuadrarse en la prosa poética. "Una música constante" ("An equal music"), escrito en 1999, ha sido mi primer acercamiento a este escritor, cuyo estilo me cautivó desde las primeras páginas aunque no se relatara en un principio, nada relevante. 

Ésta, sin lugar a dudas, es para mí la novela por antonomasia de los amantes de la música. A pesar de no ser músico, Vikram nos introduce en este gremial mundo como si lo hubiera vivido desde dentro. Él es la voz del protagonista, del que conocemos hasta los más íntimos pensamientos y con el que uno no puede dejar de encariñarse desde el principio: Michael Holme, un segundo violín del Cuarteto Maggiore, cuya vida va al socaire de los vaivenes de su cuarteto y cuyo rumbo hace tiempo dejó de tener un norte tras la pérdida de su único amor: Julia. Se conocieron cuando eran estudiantes de música en Viena, pero una crisis existencial de Michael le hizo abandonar la ciudad sin poder recuperar aquello que más quería.


Londres es el marco de esta apasionante novela en la que Hayde Park y su río Serpentine con patos y serpientes nadadoras, son protagonistas. Un buen día, en sus grisáceos días, le ocurre algo a Michael que dará un vuelco a su vida:

"Estamos atascados detrás de una hilera de autobuses, justo después del semáforo que hay enfrente de los grandes almacenes Selfridges. Vuelvo ligeramente la cabeza para ver uno de mis lugares favoritos, la grandiosa estatua de color lapislázuli del Ángel de Selfridges, con sus tritones arrodillados en homenaje. Ese ángel y el excéntrico edificio de los grandes almacenes son lo único que hay en Oxford Street capaz de hacerme sonreír. 
Pero mis ojos no llegan a posarse en el Ángel de Selfridges.
Julia está sentada a metro y medio de mí." 

Sin contar nada de la trama, pues lo mejor es leerlo, hablaré un poco de su estilo. Hubo algo que me llamó poderosamente la atención desde el principio y que es una nota característica del escritor: su manera de escribir abocetada, frases cortas como destellos de luz que se suceden de manera vertiginosa dando la sensación de vaporosidad y liviandad y que dan ritmo. Estas narraciones se entremezclan con fragmentos de diálogos ingeniosos y vivaces junto con otros que son poesía pura. 

"Durante el quinteto oscurece sobre nuestras cabezas, como si murieran las células de la vida. El último resplandor del día se extingue con el lento y grave trío. Noble, melancólico, lastimero, ayuda a soportar el mundo y a mitigar cualquier temor de lo que podría traernos el cielo sin sol.
Estas manos se mueven igual que aquellas manos se movieron sobre el papel. Este corazón late y reposa como aquél corazón latió y reposó. Y estos oídos...Pero él nunca oyó tocar esta música: ni una vez, ¿verdad?
Amado Schubert, en tu ciudad soy un náufrago. Me consume un antiguo amor; sus gérmenes, tanto tiempo latentes en mi interior, se han vuelto de nuevo virulentos. No tengo esperanza. Le volví la espalda hace cuatro mil noches, han borrado el sendero árboles y zarzas."

Aquí los sentidos se fusionan en una maravillosa sinestesia, pues no sólo la música es constante, tanto la que producen los instrumentos como la de las alondras, ruiseñores y demás pájaros cantores, sino que esta sensación se fusiona con los olores de los rododendros, amapolas y un sinfín de árboles que colman los escenarios y protagonizan algunas conversaciones rezumando de sus páginas.  

Como no podía ser de otra manera y aquí más que en ningún otro libro, he descubierto una música maravillosa, que tal vez de otra manera no hubiera escuchado pero con la que, conociendo la historia, uno se siente cómplice. Aquí descubrí que Beethoven había hecho un arreglo de su trío opus 1 nº3 en un quinteto en los últimos años de su vida, el opus 104. Otra obra es el arte de la fuga, obra de Bach que aquí tiene mucha significación. 

Quinteto de Beethoven op. 104 en Do menor, "Andante cantabile con variazioni", iPalpiti Soloists. 

Esta historia de momentos de ingenioso humor junto con otros tremendamente melancólicos y bellos o profundamente dramáticos, donde amor, desamor y un sinfín de relaciones variadas como las cuasi matrimoniales del cuarteto, conviven, nos revela que es el amor esa espada de doble filo, única fuerza capaz de llenar una vida y la que le puede quitar todo su sentido. Pero cuando no es posible el amor humano, al menos, queda la música como consuelo. Aquella que escuchamos para obtener esas caricias y amor abstracto que anhelamos constantemente en nuestra vida. 

"Me abro paso a través de la multitud y salgo a la lluvia. Camino un rato por las calles, por la oscuridad del parque. Una vez más estoy junto al Serpentine. La lluvia se ha llevado mis lágrimas de antes. 
La música, esa música, ya es bastante. ¿Por qué buscar la felicidad?, ¿por qué esperar no sufrir? Ya es bastante, ya es bastante bendición vivir un día tras otro y oír esa música- no en exceso, el alma no podría soportarlo- de vez en cuando."

                           
El arte de la fuga (contrapuncti 1-4), Juilliard String Quartet. 


Nota: A modo de curiosidad, tras leer este libro vi la película "A late quartet" ("El último concierto"), 2012, de Yaron Zilberman. Me recordó muchísimo al libro. Parecía como si se hubieran inspirado en él pero no dicen nada de ello. Trata también sobre un cuarteto y los problemas que surgen en él son muy parecidos.

domingo, 6 de julio de 2014

Una película inolvidable: ¡No he sido yo, lo juro!

Desde que vi C'est pas moi, je le jure! (26 de septiembre de 2008, Canadá) se ha convertido, indudablemente, en mi película favorita. Se trata de la tercera producción de Philippe Falardeau (1968, Hull, Quebec, Canadá), quien se convirtió en director casi por casualidad tras ganar hace 22 años un concurso de dirección de cine en un programa de televisión. Aunque no se considera ni artista ni director de cine, sus películas hablan por sí solas. Ésta ha sido ganadora de 8 premios, entre ellos, el merecidísimo Mejor Actor del Atlantic Film Festival para Antoine L'Ecuyer que hacía su debut.


La historia, que se sitúa en el '68, es narrada desde la mirada llena de imaginación e ingenuidad de Léon Doré, (Antoine L'Ecuyer), un niño de 10 años que protagoniza esta exquisita comedia melodramática. Sus padres, una madre (Suzanne Clémment) hippie, liberal y apasionada y un padre (Daniel Brière) correcto, estricto y formal, están al borde de la ruptura. Léon lo vive desde la más extrema rebeldía, llevándole tan temprano, al sinsentido, al mayor desprecio de la vida y de la muerte, a la cual no se cansa de desafiar.

Su hermano, el buenísimo Jérôme (Gabriel Maillé), siempre le saca de apuros, cansado de luchar en vano por su estabilidad. Entretanto, Léon conoce a Léa (Catherine Faucher), cuya situación familiar es tan inestable como la suya y se hace compañera inseparable de sus proyectos. La narración es perfecta: pausada y armoniosa; la dirección, música y guión hacen de esta sencilla historia infantil una profunda reflexión sobre el drama humano, cuyo único antídoto  es el amor: "El amor nos da coraje", frase clave de la película.


No sólo es conmovedor su mensaje, profundamente humano y sabio, sino que es presentada con una fotografía deslumbrante de verdes intensos y encuadres bellísimos. Los planos cenitales, que enfocan desde la lejanía a las personas dejándolas en diminutos puntos, como insignificantes somos en este mundo, son un gran hallazgo. En ellos, los campos de trigo verde son los protagonistas.

 

También destacan los encuadres de dos personas: una en el primer plano y otra contemplándola en el segundo. Los numerosos travelling, al ritmo de la bicicleta, de Léon corriendo o de los bolos, nos dan unas imágenes preciosas.


La música también es extraordinaria. La presencia del piano es un leitmotiv constante en el film. Parece como si la melodía que tantas veces sale de él, unas veces tocado por la madre, otras por padre e hijo, otras por Léon, fuera un bálsamo que llenase de ternura hasta al rebelde protagonista y sirviese de calma y unión en la atormentada familia. 
                      
 
                  

Esa mágica y recurrente melodía del piano fue un gran descubrimiento para mí: la Allemande de la Suite Francesa n. 4 de J.S.Bach, BVW 815 (Click para escuchar- interpretada por Tatiana Nikolayeva-), pieza delicadísima que llega hasta lo más hondo del ser humano, haciéndole llorar por lo que perdió y encontrar esperanza en lo venidero. Bach, compositor espiritual más allá de matemático, nos hace respirar a Dios en la fragilidad del hombre.

La música compuesta por Patrick Watson para ella tampoco deja nada que desear. Les recomiendo vivamente que se dejen llevar por sus suaves melodías, que, al ritmo de la guitarra, empujan su melancólica voz a la esperanza.

 
"Comenzar de nuevo es como comenzar una casa de Lego. Hay que deshacerla primero, reducirla a escombros. Después de eso, todo es posible.", Léon Doré.