martes, 10 de marzo de 2020

De amor a la Poesía


¿Cómo había pasado todo este tiempo sin fijarme en ella, la más pequeña de todas, la más humilde, pero la más presente, la que subyace bajo todas las cosas? ¿Cómo había vivido hasta ahora sin la poesía? Es algo que me pregunto, como una enamorada al encontrar por fin a su amor, sin saber cómo era su aspecto hasta tenerlo ante sí. Pero ella ya estaba en mí desde hace años, ya la buscaba en el cine de Tarkovski, en las fotografías brumosas, en la búsqueda filosófica, en los relatos nocturnos y en toda aprensión de la belleza. Pero no la había reconocido. La buscaba bajo otros nombres, otras apariencias. Hasta que un buen día, de tanto oír -leer- Pizarnik, su nombre ya me salía por los poros. La busqué en la biblioteca, con la suerte de contar con su Poesía completa. Decir que me asombró es poco: me hirió en lo más profundo con su lenguaje desgarrador, íntimo y lleno de verdad. Ella, poeta con mayúsculas argentina, -también otro ella- fue la -bendita- responsable de que haya empezado a escribir bajo esta nueva forma -hace poco de eso-, saliendo de mí lo que hacía años no conseguía tan siquiera pronunciar. Me mostró una forma de hacer poesía alejada de las constreñidas formas a las que estaba acostumbrada y que la hacían algo ajeno a mí. Pero Alejandra las desbarató y las hizo suyas, poniéndola -también- a mi alcance.



El maridaje perfecto para Alejandra, es, junto a Nisi Dominum, de Vivaldi, esta pieza (On the day of nature) de uno de los compositores actuales que más admiro, de música cargada de nostalgia y tremendamente filosófica.

Alejandra Pizarnik, (Avellaneda, Argentina, 29 de abril de 1936- Buenos Aires, 25 de septiembre de 1972).
Como una neófita recuperando el tiempo perdido, he andado de libro en libro tras las grandes voces de la poesía, pero voces que a mí me hablan particularmente: como Emily Dickinson, Alfonsina Storni, Sylvia Plath, María Zambrano, Gabriela Mistral y las que aún me faltan por conocer. Pero entre todas ellas, sin duda alguna Alejandra y Emily se han convertido en mis poetas de cabecera. Dickinson posee la fuerza de una llovizna que empapa lentamente; con una delicada sutileza muestra la realidad desnuda, sin aspavientos, pero con la sorpresa de un gran hallazgo. Alejandra, con un lenguaje e imaginario propios nombra la desolación, con el sabor de una terrible pérdida, de una constante ausencia de su terrible verdad descubierta bajo sonoras metáforas. Ambas, con estilos muy diferentes, tienen en común su acercamiento a lo terrible de la existencia, no hay nada superficial en ellas porque miran de frente al interior mismo del ser humano.
Emily Dickinson, (Amherst, Massachusetts, 10 de diciembre de 1830-15 de mayo de 1886).
Esto me ha inducido a establecer según el acercamiento a la realidad del poeta -con la venia de los expertos y académicos-, al menos, dos tipos de poesía. Si ponemos como referencia el cuerpo humano, la poesía carnal o de los sentidos se centra en la corporeidad de éste, su materialidad, sensualidad per se, la cosa en sí misma, como éste poema de Bécquer: 
Tu pupila es azul, y cuando ríes,
su claridad suave me recuerda
el trémulo fulgor de la mañana
que en el mar se refleja.
Tu pupila es azul, y cuando lloras
las transparentes lágrimas en ella
se me figuran gotas de rocío
sobre una violeta.
Tu pupila es azul, y si en su fondo
como un punto de luz radia una idea,
me parece en el cielo de la tarde
una perdida estrella.

La otra forma de hacer poesía es similar a la visión de rayos x, cuyo resultado es la radiografía de la realidad: la poesía  de lo esencial, de la que Pizarnik y Dickinson son paradigmas. Los elementos de que se componen son, sin embargo, materiales -hechos de materia-, pues como dice Aristóteles: «Nada hay en la mente que no haya estado antes en los sentidos». La realidad intangible a la que se acerca necesita la mediación de la palabra, que a su vez, aglutina conceptos inmateriales, mitad sonido, mitad idea, a caballo por tanto de ambos mundos, rozando cada uno sin pertenecer a ninguno. Pero aquí, la palabra, además, juega un papel muy importante en la representación de otra cosa, esto es: como metáfora. No se nombra la cosa en sí sino como referencia a otra, como un trampolín, con esa búsqueda de satisfacer la necesidad de expresar a pesar de su dificultad, como un pez que se resbala de las manos.

(Hacer clic sobre cada foto en la versión móvil para mayor resolución).


En esta vertiente es donde la poesía linda con la filosofía. La filósofa María Zambrano (Vélez-Málaga, 22 de abril de 1904- Madrid, 6 de febrero de 1991) estudió con profundidad esta relación proponiendo para la filosofía occidental, alejada de sus orígenes, el método de la razón poética: «(...) Poesía y pensamiento se nos aparecen como dos formas insuficientes, y se nos antojan dos mitades del hombre: el filósofo y el poeta. No se encuentra el hombre entero en la filosofía; no se encuentra la totalidad de lo humano en la poesía. En la poesía encontramos directamente al hombre concreto, individual. En la filosofía, al hombre en su historia universal, en su querer ser. La poesía es encuentro, don, hallazgo por la gracia. La filosofía busca, requerimiento guiado por un método» (1).
Uno de los muchos poemas de mi querida Alejandra, es difícil escoger entre tanta joya.
Zambrano, fiel defensora de la poesía, se preguntaba si «las verdades últimas de la vida, las de la muerte y el amor, -eran- aunque perseguidas, halladas al fin, por donación, por hallazgo venturoso, por lo que después se llamará 'gracia' (...) en griego (...), jaries, carites» (2), a diferencia de la filosofía, que especula sobre ellas y ejerce su dominio deformándola por la tarea de la abstracción. Por otra parte, mientras la filosofía se centra en la «elucubración sobre el ser, sobre la claridad de su evidencia» el poeta «abarca el ser y el no-ser en admirable justicia caritativa, pues todo tiene derecho a ser hasta lo que no ha podido ser jamás». En esta línea apunta esta bellísima idea: «las cosas están en la poesía por su ausencia, es decir, por lo más verdadero, ya que cuando algo se ha ido, lo más verdadero es lo que nos deja, pues que es lo imborrable: su pura esencia» (3).  Y hablando de ausencias, Alejandra, poeta de la ausencia por antonomasia escribe maravillosamente en su poema En esta noche, en este mundo:

No
las palabras
no hacen el amor
hacen la ausencia

Es por ello, quizás, por la materia de la que trata que, especialmente esa poesía de lo esencial, es tan oscura a veces, en oposición a la claridad de la luz, de lo conocido -y, por eso mismo, tranquilizador-. Es en lo terrible del no-ser en donde encuentra cabida y su materia de inspiración. Ambas ascienden de la caverna para el encuentro con el ser trascendente, pero una renuncia a la experiencia mientras que «la poesía es vivir en la carne, adentrándose en ella, sabiendo de su angustia y de su muerte». 


Citas
(1) M. Zambrano, Filosofía y poesía, en ORTEGA Y MUÑOZ, Juan FernandoAlgunos lugares de la poesía, p. 15, Editorial Trotta. Madrid, 2007.
(2) Ibid., p. 23.
(3) Ibid., p. 26.