La noche desciende lentamente sobre el cielo gris de verano y, mientras engulle con sus sombras las calles de la ciudad, una habitación se ilumina, quizás más tempranamente que las vecinas; se diría, incluso, que con urgencia, como quien estuviera esperando una cita y contara los minutos hasta la hora convenida. Si nos acercamos un poco a la ventana veremos un arsenal de libros descansando sobre el escritorio, varios cuadernos, un ordenador y numerosas pequeñas velas dispersas por los estantes de la librería. Podría parecer Navidad si por Navidad entendemos la fascinación por las luces y el calor del hogar, pero, como digo, todavía estamos en la estación seca y más concretamente, en agosto.
Escritorio de Virginia Woolf |
Todo está dispuesto como si de un altar se tratara, pues algo tiene de altar el lugar donde el escritor se entrega al solitario amor por las palabras: un minucioso ritual, un don que se hace ofrenda, una obediencia ciega a un impulso que nace en lo más profundo de su ser... Y es que, como dijo Deleuze, el "creador no es alguien que trabaje por placer (...) es alguien que tiene una necesidad absoluta" (1), necesidad de cuya obediencia -en palabras de Nietzsche- depende la obra creadora. Razón por la cual se da en su naturaleza una "inversión de valores" (2) que le hace comenzar su verdadero trabajo cuando la ciudad regresa a sus casas a descansar.
Virginia Woolf en su casa. |
Pero el escritorio-altar no siempre ha sido tal cosa para un escritor, al igual que la habitación no le ha pertenecido a su dueño desde el primer momento, por mucho que lo diga un contrato o lo corroboren los testigos. Para tener una habitación y un escritorio propios no basta con su existencia material, ni con las quinientas libras que nuestra querida Virginia allá por el año 1928 instaba a las escritoras a ganar. Se necesita, además, tiempo para apropiarse del terreno -ajeno aún- y desprenderlo así de su extrañeza; tiempo para hacer que las paredes, que tan sólo emiten un eco sordo a nuestro paso, comiencen a emitir sonidos legibles y tiempo para acompasar la diversidad de ritmos al son de un mismo baile creador. Un juego de dar y tomar, de vencer y dejarse vencer hasta conseguir que no se distingan vencido y vencedor, conquistado y conquistador y, rendidos al fin, uno y otro celebren sus bodas en la oscuridad.
Marguerite Duras. |
Al hacer de la habitación, del escritorio, el objeto de su deseo, el escritor, la escritora, se (re)territorializa en ellos; el terreno deviene su territorio (3). Una vez en él tiene ya gran parte de la batalla ganada, pues "la obra de imaginación es como una tela de araña: está atada a la realidad, leve, muy levemente quizá"; es obra "de seres humanos que sufren y están ligad[o]s a cosas groseramente materiales"(4) y esa misma materialidad en que las ideas -y la escritura como creación de éstas- hunden sus raíces (5) será la espada de doble filo que todo escritor deberá atravesar. De una parte, se alimentará de ella; de otra, la deberá hacer pasar -si es que lo logra- por el fino tamiz de la escritura. Su labor está -y allí está la clave- en trasformarla en símbolos (6) de tal forma que uno no se percate de tal transición.
605
La Araña sostiene un Ovillo de Plata
En su Mano invisible-
Y mientras baila despacio para Sí
Su Hilo de Perla –ella Devana-
Aplicada va de Nada a Nada-
Insustancial Industria-
Que suplanta nuestros Tapices con el Suyo-
En la mitad de tiempo-
Una Hora para alzar supremos
Sus Continentes de Luz-
Después el Ama de Casa hará colgar de la Escoba-
Esos Confines –ya olvidados- (7)
Esta indiferencia de la que habla el poema de Emily acentúa las dificultades, ya que el "mundo no le pide a la gente que escriba poemas, novelas, ni libros de Historia; no los necesita", lo que hace que "escribir una obra genial" sea "casi una proeza". Pero podría encerrarse en su habitación -dirán-, ponerse una venda en los ojos, taparse los oídos. Sí, pero, por desgracia "al artista le importa excesivamente lo que dicen de él", es más que nadie consciente de que "[al mundo] no le importa nada que Flaubert encuentre o no la palabra exacta ni que Carlyle verifique escrupulosamente tal o cual hecho." (8) A fin de cuentas se trata de lo que Deleuze diagnosticó como la incapacidad para admirar de su época, que no es sino una forma -quizá la más bella- de amar. "¿Por qué ha cesado Alfred de cantar
She is coming, my dove, my dear?
¿Por qué ha cesado Christina de contestar
My heart is gladder than all these
Because my love is come to me?" (9)
"Falta candor, falta poesía", reza un poema de Alejandra Pizarnik. Y con ella nos dolemos poetas, escritores y artistas, se duele la belleza ignorada y pisoteada, crimen de la humanidad. ¿Cómo sobrevivir a esa indiferencia? Y "luego está el pensamiento de este don que [es] un martirio tener que esconder, un don pequeño, quizá, pero caro al poseedor" y que provoca no pocos sufrimientos, como el de tener que "estar siempre haciendo un trabajo que no se desea hacer y hacerlo como un esclavo, halagando y adulando", lo cual trae consigo "el veneno del miedo y de la amargura" (10). Ese otro trabajo que "a veces le avergüenza, el que casi siempre provoca el pesar de orden político más violento de todos" (11) y del que uno de buena gana se desharía para poder dedicarse por completo a su pasión. ¿Quién inventó entonces la expresión ganarse la vida como sinónimo de trabajar? lanza Alejandra al aire con amargura.
Alejandra Pizarnik en su escritorio. |
Escribir es entonces un acto de resistencia contra la indiferencia, contra la mediocridad, contra la realidad insuficiente, contra la realidad caduca, contra la muerte, contra la falta de candor, de poesía. En definitiva: contra la falta de amor. Porque, a pesar del acto solitario de la escritura, necesario para establecer un vínculo con las palabras, la obra de creación "hace presentir el advenimiento de un pueblo" cosa de la que es del todo incapaz y al que "sólo puede[n] llamar con todas sus fuerzas" (12).
Epílogo
Seis meses han hecho falta para poder escribir desde una habitación y un escritorio propios este post, casi un siglo después de que Virginia Woolf escribiera esa magnífica obra que tanto cito aquí y que hoy sigue pareciéndome de tremenda modernidad gracias a la brillantez y amplitud de miras con la que aborda un tema como es el de la escritura de las mujeres. Hemos avanzado, quizás, en que ya no es tan raro como entonces encontrar libros escritos por una mujer -algo de lo que ella estaría tan orgullosa-. Al contrario, ahora hay un esfuerzo considerable por publicar libros de y sobre ellas. Sin embargo, quizás falte un intercambio más fluido entre la literatura de diversos géneros, un trabajar más en conjunto para enriquecerse mutuamente, lejos de los intereses comerciales que se imponen siempre en el mercado. A pesar del tiempo transcurrido desde que Virginia publicara A room of her own hay muchas trabas que una escritora debe salvar para poder escribir con la libertad que supone la independencia, no ya económica sino ideológica. Hay mucho que trabajar aún.
Referencias
(1) DELEUZE, G. (1987). Qué es el acto de creación, Conferencia de Gilles Deleuze en la Femis, París.
(2) Así llama Marguerite a esta condición en DURAS, M. (2020). Escribir, Barcelona: Fábula Tusquets Editores, pág. 52.
(3) Para consultar los términos de la filosofía de Deleuze y Guatari: http://deleuzefilosofia.blogspot.com/2007/07/f-guattari-glosario-de-esquizoanalisis.html
(4) WOOLF, V. (1986). Una habitación propia, Barcelona: Seix Barral.
(5) Singer, D. (2020-presente). Tener una idea es algo raro. Homenaje a Gilles Deleuze [nº 13] [Episodio de Podcast]. En Filosofía a la gorra . Spotify. https://open.spotify.com/episode/09sVcyGH3Ke9YtWATvuxvw."El pensamiento no es abstracto", habla sobre el carácter concreto de las ideas en Deleuze.
(6) Letra Latina Ediciones (2019) Entrevista a Jorge Luis Borges de 1976 completa! [Archivo de video]. Youtube. https://youtu.be/Tst6vLOqfa0
(7) Poema de Emily Dickinson traducido por Amalia Rodríguez Monroy
(8) WOOLF, V. op.cit.
(9) Aquí se refiere Virginia a los poetas ingleses Alfred Tennyson y a Christina Rossetti.
(10) WOOLF, V. op.cit.
(11) DURAS, M., op. cit. pág. 52.
(12) DELEUZE, G. y GUATTARI, F. (2001). ¿Qué es la filosofía?. Barcelona: Anagrama, pág. 111.
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