Si bien empecé el blog hablando de mi admiración por Tólstoi y su ambiciosa Ana Karénina y, sin retractarme ahora de ello, es cierto que no sospechaba entonces las cotas de profundidad psicológica que podían alcanzar los literatos rusos hasta que me deslicé por la febril mente del joven Raskólnikov. Tolstoi, de un realismo comedido acorde a la elegante aristocracia y una aguda percepción psicológica de la que se sirve para criticar sus excesos, había explorado los límites de la libertad humana y el precio de saltarse las convenciones sociales con el menoscabo de la propia integridad; Dostoievski, rozando el expresionismo artístico, semejante en pintura a un Grünewald (Alemania, 1455-1528) o un Munch (Noruega, 1863-1944), se adentraba en las tonalidades más oscuras del alma humana y su sufrimiento.
Edvard Munch, El grito, 1893. |
Matthias Grünewald, La crucifixión, 1512- 1516.
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Produce escalofríos seguir los razonamientos del protagonista de Crimen y castigo, cuya brillante mente, los apuros económicos y su preocupación por el bienestar de su madre y su hermana le llevan a una difícil encrucijada. La desesperación le confina en su cuartucho donde se devana los sesos hasta caer enfermo. Los límites entre lo bueno y malo se emborronan en pro de la supervivencia, llegando a convencerse de la heroicidad de acometer la única y macabra solución que encuentra. Sus teorías podrían asemejarse a las del súperhombre nietzschiano, que llevarían al desastre de la II Guerra Mundial.
"En una palabra, llego a la conclusión de que todos los hombres no ya grandes, sino que destaquen un poco de lo corriente, o sea los que están en condiciones de decir algo nuevo, por poco que sea, necesariamente han de ser criminales (...). De no ser así, les resulta muy difícil salir del camino hollado, y no pueden conformarse a andar por él debido a su naturaleza (...)". (1)
La crudeza de la historia me llevó a poner en duda si de verdad se trataba de ficción y, he aquí que hojeando un libro de César Vidal, El camino hacia la cultura, pude confirmarlo. Podía ponerse en la mente de un asesino hasta hacernos saltar los tendones emocionales alguien que había pertenecido a un grupo terrorista y que en los años de deportación en Siberia había vivido un renacimiento espiritual semejante al de Raskólnikov.
La pieza más sonada en Irrational man: The "in" crowd,
Ramsey Lewis Trio.
Una historia que recientemente ha sido versionada en el filme de Woody Allen de este año: Irrational man, pero con un enfoque muy distinto (cuidado: spoilers). Los guiños y referencias son cuantiosos y reconocibles para quien haya leído la novela. El moderno Raskólnikov (Joaquin Phoenix) es también un intelectual existencialista; para más inri, profesor de filosofía en la universidad. Pero tantas elucubraciones y teorías no han hecho más que dejarle un vacío existencial que trata de paliar entregándose a los placeres de la vida, aunque eso tampoco le llena. Entonces se cruza con una alumna (Emma Stone) que no conservará un ápice de la pureza de Sonia. Al igual que en la novela, tratará de cambiarle, aunque movida por el reto de conquistarle. Así, cuando descubre su lado oscuro, se olvidará de los encantos de aquel tan atractivo profesor. Desde el primer encuentro se sabe lo que pasará entre ellos pero, dado que es un leitmotiv constante en la trama de los filmes de Woody, no molesta ese punto naif.
Pero todo el sinsentido que paraliza al profesor termina cuando descubre una razón por la que vivir: ayudar de forma "altruista" a una desconocida quitándole "un problema de encima" (literalmente). Esa idea le hace sentirse vivo y útil y le llena de una energía desbordante. Junto con una banda sonora chispeante y desenfadada, nos muestran un Crimen y castigo en el que hacer el mal no es algo que produzca sufrimiento ni remordimientos, sino la más completa felicidad por haber ayudado a otra persona. En definitiva, el profesor personifica la idea de la banalidad del mal de Hannah Arendt (Alemania, 1906- Nueva York, 1975), pues no es una persona con tendencias asesinas, ni desea hacer el mal en sí, sino que se sirve de ese acto de forma puntual para conseguir un fin bueno. Este es el toque cómico de un Woody serio y formalmente sublime que lleva a tal extremo la acción más homófoba del ser humano: el homicidio. Lejos del realismo reconcentrado del genio ruso, Woody sólo pretende ofrecernos distracción, una mentira artística y, como ficción y una de sus mejores obras, hay que ver esta ingeniosa película.
Interesante entrevista en la presentación del filme
en Cannes 2015 donde Woody nos habla de su forma
de combatir el vacío existencial: haciendo películas.
(1) DOSTOIEVSKI, Fiódor, Crimen y castigo. Biblioteca de Plata de los clásicos rusos, Círculo de lectores, Barcelona, 1990, pág. 306.