miércoles, 12 de octubre de 2016

La llave al "otro lado"

Ha llegado el momento. Un largo verano lleno de vivencias sensoriales y emocionales, con los sentidos embriagados por la lluvia torrencial de luz y la mente abotargada, han dado paso a un nuevo otoño. El traqueteo de la urbe ahogada en sus prisas apenas nos deja oír los cantos de los pájaros y el sol ya no calienta como hace unas semanas. Sí, ha llegado el momento de poner en marcha los músculos de la región superior y volver a El café Guerbois, a pasar nuestras tardes divagando con una buena taza de té y una pieza musical en sintonía.


Pero reanudar esa actividad mental y, más en concreto, la creativa, no depende exclusivamente de poner voluntad. El ser humano tiene un comportamiento que lo asemeja a un instrumento. Tiene la posibilidad de emitir una gran variedad de notas, pero hay que descubrir dónde y cómo hay que pulsar para sacar el sonido perfecto. Con la inspiración ocurre de manera semejante. Hay temporadas en que, por mucho empeño que se ponga, no viene la inspiración y, de repente, cuando se deja aparcada tan infructuosa tarea, sobreviene una idea genial. Y sobreviene sería la palabra correcta, ya que no es mérito propio, sino que el artista se transforma entonces en una suerte de vasija que recibe y guarda la ambrosía de las musas. Y esas musas no son sino su propia mente...

Mov. 1 de la 2ª Sinfonía de Gustav Mahler

¿Y dónde está ese manual de instrucciones? ¿Cómo se consigue ser creativo? En uno de los posts anteriores hacía alusión al concepto de inconsciente de Carl Jung. Es precisamente de esta región desconocida y, en parte, inaccesible de donde nacen las intuiciones, las ideas novedosas, las premoniciones, los sueños. Pero, paradójicamente, al inconsciente no se puede acceder por la vía de la consciencia, como si se tratara de una palabra tabú que desaparece con nombrarla, deshaciendo el hechizo.

Ilustración de los cuentos de Rohal Dahl.

Así pues, hace unos días me encontraba en este estado de desasosiego al que avoca irremediablemente la maldición del bloqueo cuando me puse a escuchar la Sinfonía nº 2 de Mahler. Con escuchar quiero decir poner todos los sentidos en la música, sin pensar ni hacer otra cosa. Era un hábito de mi ritual previo a escribir o estudiar que había olvidado por completo al cambiar mis circunstancias. Es curioso, pero nos identificamos con lo que hacemos hasta tal punto que cuando se cambia de rutina podemos llegar a sentirnos desorientados, como un camino trazado en el que nos sentimos realizados y seguros.

Dejé mis preocupaciones a un lado y me concentré en lo que llegaba a mis oídos. Al cabo de unos minutos me noté en un estado casi flotante, como si mi alma se hubiera despegado del cuerpo y contemplara con cierta condescendencia los asuntos que me traían de cabeza. Era un estado de paz absoluta. Nada era tan importante como para sufrir tanto y, al mismo tiempo, toda la complicada mezcla de realidades que comporta la vida se me apareció como sencilla, como si se hubiera metido en un frasco y yo la aceptaba. Era así, no tan retorcida ni tan fea, pero sí tan bella como para amarla y tan bella porque yo la amaba.

Lo entendí todo. Entendí el secreto, cuál era la llave para acceder a esa zona ignota, la misma llave con la que comprender toda la realidad desde un estado elevado, una especie de otra dimensión; "el otro lado". Si bien reflexionar nos encierra en las cuatro paredes terrenales -algo muy bueno para analizar pero no tanto para pensar las cosas de manera "diferente"-, la música, al igual que las técnicas de meditación -recomendadas fervientemente por David Lynch-, por su componente inmaterial tiene un enorme poder de hacernos perder la consciencia, vedar los sentidos y acceder a una región más espiritual regida por otras leyes. Diría que ambos medios son igualmente válidos, si bien creo que la música es más efectiva porque ayuda a exorcizar nuestros demonios a través de su hilo argumentativo.

Y, hablando sobre el proceso de mi reincorporación, no he hecho sino poner las primeras piedras de este nuevo curso, que espero esté lleno de aprendizaje y mucha creatividad para los lectores de El café Guerbois. Un soliloquio algo enrevesado que espero haya aportado una pizca de luz en este tema.