Todo comenzó con una grieta, un grito en la noche del olvido. Sólo la inocencia, el arrojo y un deseo sin nombre ni dueño podría llevar a cabo tal hazaña.
Éramos muchos —deseosos, expectantes, como llamas incendiando la espera. En el silencio de la no-existencia se escuchó la señal convenida y con ella dejamos de ser sueño para devenir cuerpos que penetraron aquella grieta que nos había convocado.
El primer sonido fue el llanto, aquí y allá recorriendo la geografía de esta Tierra tan dormida aún. Después, como la onda que toma cuerpo al unirse a otras y se ensancha con creciente ímpetu, llegó el primer impacto. La grieta se resintió, quizá triste, quizá alegre por saber que había llegado aquel trascendental momento. Y aquella masa petrificada por la insistencia de la razón comenzó a desmoronarse.
Nací entre escombros. Fue así como cayó el primer muro de mi existencia, el primero de tantos. Todavía hoy siento aquel resquebrajamiento que me atraviesa, como un sino del que no puedo escapar. El misterio mismo envuelve mis preguntas y me interpela en su habitual forma oracular: ¿puedes aceptar que tú eres la pregunta?
En el corazón mismo de aquella grieta corre un agua cristalina. Al tiempo del desmoronamiento este flujo crece, como una paradoja inexpresable, eternamente viva. Es. Siempre ha sido. Es ella la que me ha llevado mas allá de los límites de la imaginación, guía de mis pasos. La voz que nace del corazón de la noche y arrasa con todo muro. Insurrecta, soberana. Es pregunta, es anhelo que trasciende toda historia particular. Una música suave, repetitiva que me pide atención, escucha. Y cuando pasa por aquel lugar entonces es capaz de transformar el dolor en dulzura (1), suavizando todo atisbo de dureza.
Sapho de Lesbos, Charles Menguin, 1877. |
Es éste el canto que traigo. Es éste el canto que soy.
El instrumento se va afinando. Ahora entiendo por qué ha sido necesario tanto deshacerse. Eran las capas inservibles, las voces extrañas, las notas falsas, muros que había que horadar para que el canto emergiera silbando entre los recovecos de este cuerpo-instrumento para emitir, a su paso, un particular acento (2) que nada tiene que ver con el espacio geográfico donde se ubican sus cuerpos sino con esa voz que hay que rescatar de nuestra más profunda noche para devolvernos a la vida.
Epílogo
Tras escribir esta entrada me fijé en la semejanza de la palabra llanto y canto, respectivamente el primer sonido y el que finalmente emerge gracias a aquel. Nunca deja de sorprenderme la magia de las palabras, como si fueran ellas las que decidieran colocarse aquí y allí produciendo resonancias que ni siquiera su autor se imagina.
Notas
(1) En francés, estas dos palabras se diferencian tan sólo en una letra, como una puerta abatible por la que, a través del lenguaje, uno pudiera pasar de uno a otro estado: douleur, douceur.
(2) Acento que, en su raíz griega, no es más que el habla llevada al canto.
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