lunes, 8 de septiembre de 2014

Mahler: de lo grotesco a lo sublime.

Uno de los compositores por los que más veneración siento es Gustav Mahler (Kaliste, Bohemia, 7 de julio de 1860- Viena, 18 de mayo de 1911). La primera vez que escuché una obra suya fue con la que era mi "mecenas" cuando estudiaba en el conservatorio de Valladolid y gran amiga. Fue en el salón de su casa, de esas antiguas de techos altos, suelo de parqué, repleta de cuadros. Bajo la espesa bruma de su enésimo cigarrillo escuchábamos música clásica a un volumen estremecedor mientras filosofábamos. Era lo más parecido a las tertulias artísticas que tanto me gustan, como las del Café Guerbois. En ese adorable ambiente, escuché la 4ª Sinfonía, cuya profundidad me sobrecogió desde la primera audición. 

Hay algo muy potente en la música de este compositor judío y es que no es sólo lo puramente formal- su estilo, sus ricas y variadas (¡y extensísimas!) melodías- lo que la hacen grande, sino lo que en ella transmite. Y es que ha conseguido la mayor meta de todo artista: la expresión sí mismo. Su música habla de verdades universales contadas desde la propia experiencia vital, ajada por el dolor: desde la pérdida de varios hermanos en su tierna infancia al engaño sufrido por su amada mujer y musa Alma Mahler, en sus últimos años de vida (1). De ahí que el dramatismo esté tan presente en su obra. A veces, de forma grotesca y macabra- como en la 1ª sinfonía-; progresivamente, la aceptación que deviene en sublimación. El resultado es una serenidad pasmosa- III mov. de la 4ª-, fruto de su madurez como persona y de su profunda espiritualidad. Este mismo dolor es el que fraguó en él una sabiduría y grandeza que le convirtieron en uno de los mejores compositores, como ocurre -de otra forma- con Beethoven, Schubert y otros. 

Pero lejos de ser una música oscura, en contrapartida, alcanza altas cotas de dulzura y alegría con tiernísimas melodías, incluso pueriles, que nos transportan a las praderas austriacas, a canciones populares infantiles- IV mov. de la 4ª sinfonía- y dejan traslucir su profunda fe y la esperanza en esa otra vida posible donde colmar sus ansias. Pero esta dualidad dolor-alegría, convive no de forma estática y separada, sino como en los vaivenes de la vida misma: la alegría que se ve repentinamente ensombrecida o el dolor, que de la misma manera es aliviado. Y así, entreteje un mundo vivo con la urdimbre de sus armonías.

Fragmento del 1 mov. de la 4º sinfonía de Mahler dirigido por Bernstein, director que ha contribuido a la difusión de la obra de Mahler.

Uno de los fascinantes logros de la música consiste en transmitir con gran fuerza sentimientos e incluso historias mediante la combinación de elementos tan abstractos como son las notas, ritmos y texturas. Y cuando consigue someternos es algo realmente asombroso y mágico, pues en ella "nunca se mata a nadie realmente ni nadie es injustamente torturado" (2). Y eso ocurre con la música de Mahler.

Sin embargo, sus obras no fueron comprendidas por no seguir los convencionalismos de lo que la crítica y el público decretaban como "bueno" o "moderno", siendo fiel a su sí mismo. Fue aclamado, no obstante, como director de orquesta, pues sus torpes oídos podían al menos aceptar las composiciones ya asimiladas de los grandes. Pero había una pequeña minoría que le apoyaba con entusiasmo: la llamada Segunda Escuela de Viena, de entre quienes un defensor acérrimo fue el compositor Arnold Schömberg, creador del dodecafonismo. Tiene un libro muy interesante llamado El estilo y la idea en el que recoge varios artículos con sus pensamientos sobre música y algunos compositores y dedica uno a Mahler. Constituye un testimonio de primera mano interesantísimo, en el que analiza su música, su genialidad, contraataca las críticas que se le hicieron y revela aspectos de esa personalidad con aura de santo a la que trató. Para terminar, traigo a colación una idea que me encantó. Para él, como para muchos de nosotros, Mahler es un genio (3) y lo diferencia del talento así:

"El genio posee ya desde un principio todas sus facultades futuras. No hace más que desarrollarlas, desenvolverlas, desplegarlas. Mientras el talento, que tiene que dominar un material limitado (digamos, el que ya existe), alcanza muy pronto la cúspide y entonces generalmente se apaga, el desarrollo del genio, que busca nuevos derroteros en lo ilimitado, se extiende a través de toda una vida. Y por tanto sucede que, en su desarrollo, ningún instante es igual a otro." Establece una genial comparación entre esa evolución del genio y los retratos de Mahler a los 18, 25 y 50 (cuando muere) alcanzando una gran madurez al final. Su música, fiel reflejo de su personalidad, evoluciona igualmente en sentido ascendente: alcanzando una madurez estilística máxime en las últimas sinfonías (la 9ª fue su última completa).


De izquierda a derecha: 1880 (20 años), ca. 1890 (sobre los 30), 1907 en Viena (47 años). 
"Aquellos que escribieron una 9ª se situaron sumamente cerca de la posteridad. Quizá los enigmas de este mundo serían resueltos si alguien que los conociese llegara a escribir una 10ª Sinfonía. Y eso no es probable. (...) A Mahler le fue permitido revelar mucho de ese futuro; cuando quiso decir más, se nos privó de él. Porque aún no se ha producido una calma completa; va a haber todavía más batalla y más estruendo."

(1) Entre otras experiencias que reservo para otra ocasión.
(2) SCHÖMBERG, Arnold, Gustav Mahler en El estilo y la idea. Taurus, Madrid, 1963, pág. 34. Aunque he usado esta edición a falta de otras, es mucho mejor la de Idea Books del 2004.

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